Cada vez que anota un gol, Maximiliano Quinteros se besa su tatuado antebrazo y luego apunta con sus dedos hacia el cielo. La celebración es para su orgullo, el hijo que no está.
Hoy, con 13 tantos, el argentino de Deportes Copiapó es el máximo artillero de la Primera B. Los nortinos están octavos, pero a solo tres puntos de la cima y con el desconocido refuerzo que trajeron a principios de año se permiten soñar con la liguilla por el ascenso.
Tras años de amargura y desesperación, el “Maxi” exprime este momento de felicidad. “Me ha tocado lucharla en todos los lados en que he estado”, le cuenta a Emol.
Buscando una oportunidad
El “Loco”, como le apodan desde chico, nació en Avellaneda. A los cuatro años arrancó en el fútbol sala de Racing y de ahí saltó a las inferiores de la “Academia”. Fue quemando etapas con tranco ininterrumpido, pero entremedio sufrió un duro mazazo: su padre falleció. Tenía once años y su madre, Miriam, se las arregló para mantenerlo a él y sus tres hermanos trabajando en una fábrica metalúrgica.
“Ella y el fútbol me ayudaron a poder llevar adelante la muerte de mi papá. En el barrio la tentación siempre está. Donde yo vivía había gente que se drogaba, que robaba, pero está en lo que te enseñan tus viejos. Yo soy una persona que cree que no hay que echarle la culpa a nadie, si no que hacerse cargo de las cosas que te pasan”, dice.
A medida que crecía se dejaba ver como un delantero pícaro y con pólvora en los pies. Llegó a jugar en la reserva de Racing, pero nunca pudo debutar. Un par de lesiones musculares lo mermaron y otros juveniles fueron abriéndose camino. Relegado, tuvo que partir a préstamo a equipos de la segunda y tercera categoría del fútbol trasandino.
Se jugaba en canchas rústicas, en las que predomina un clima que mezcla sentimiento abigarrado con violencia. A algunos de sus compañeros les ofrecieron plata por hacerse expulsar y otros tantos recibieron amenazas de barristas que recorrían los estadios con autoridad gansteril.
“Para el visitante es bastante complicado en el ascenso, la pasas mal. Va mucha gente a los estadios. Por un lado es lindo el color, pero por el otro está la violencia. No hay tanta seguridad como en Primera. Si a Boca le rompieron el micro yendo a la cancha de River, imagínate lo que puede pasar en las otras categorías”, relata.
Fue un golpe de realidad para “Maxi”. Lejos de las comodidades que brindaba Racing, quedaba de cara al lado más humilde del fútbol. No siempre había rompa limpia, las canchas estaban llenas de baches y hasta las pelotas fallaban. Allí los futbolistas viven para el fútbol y no de él.
La lucha por subsistir
Quinteros tuvo a su primera hija, Morena, y se casó con Jessica. Vivían del sueldo de ella. La vida apremiaba. El contrato con Racing se había terminado, un par de pruebas no resultaron y casi nadie lo conocía. Partió a jugar a una liga amateur de Chivilcoy. Era su última oportunidad para relanzar su carrera. En caso de que saliera mal, ya había hablado con un amigo para que le consiguiera trabajo en un supermercado.
Sin embargo, la apuesta resultó y Jorge Newbery, club del Federal B (cuarta división), lo fichó. A Junín se tuvo que ir solo, no alcanzaba para más. Anduvo bien, pero un inesperado hecho hizo que quisiera regresar con urgencia a la capital.
Jessica estaba esperando a su segundo hijo, Santiago, y el niño venía con complicaciones. Le diagnosticaron hidrocefalia congénita. El doctor, además, les explicó que podría nacer con una malformación en la columna y que la madre corría riesgo en el parto. “Pensé dejar todo, porque no quería viajar y dejarlos solos. Mi niño a veces convulsionaba y teníamos que llevarlo a internarse”, comenta “Maxi”.
En ese momento, llegó una inesperada posibilidad para mantenerse en Buenos Aires gracias a un conocido que lo recomendó en Sacachispas, de la Primera C. En el “Lila” pasó de quinto delantero a goleador en una campaña histórica que culminó con el ascenso. Estaba en el pináculo de su sufrida carrera, pero no todo había cambiado. A veces le quedaban debiendo sueldos y trabajaba en la piscina de un sindicato para subsistir.
“En Argentina muchos equipos se atrasan con el tema de los sueldos y la mayoría tiene familia, así que tiene que buscar alguna estabilidad económica. Puedes pasar dos o tres meses sin cobrar”, narra.
El adiós de “Santi” y el desembarco en Chile
Un día, la alegría se desvaneció. Santiago murió. La herida y la melancolía siempre van a estar, al igual que los recuerdos, pero el jugador argentino se enorgullece al hablar de su hijo.
“Él vivió tres años y para mí fue hermoso, nos dejó una experiencia de vida y una enseñanza de vida tremenda”, afirma.
De Sacachispas pasó a Los Andes. No le fue bien. Solo estuvo seis meses y le llegó una oferta de Deportes Copiapó.
“Yo antes de ir a Los Andes tuve la posibilidad de venir a Chile, no me acuerdo a qué equipos, pero no quise. En diciembre, Héctor Almandoz (DT del elenco nortino) se contactó conmigo, para ver si me interesaba. Fueron a conocerme y me gustó la idea”, explica.
“Maxi” tiene una vida tranquila. Se levanta a dejar a sus otros dos hijos al colegio, de ahí a entrenar y vuelve a dormir la siesta. Sus abuelos eran de Valdivia, así que sacó la ciudadanía chilena y planea quedarse unos años por acá. Las tardes las pasa tomando mates y viendo alguna película con su familia.
El éxito no se le sube a la cabeza, se siente afortunado. Pudo aprovechar una de las pocas oportunidades que tuvo y así su historia no se perdió en los potreros del amateurismo, como tantas otras.
FUENTE EMOL