Un balazo y un salto al vacío. Dos personas de edades y realidades distintas, pero unidos por un sufrimiento que solo pudieron superar gracias al deporte. Hoy Luis Gutiérrez y Macarena Cabrillana, tras largas horas de trabajo interno, son dos de los atletas paralímpicos más destacados de Chile.
Sus historias, y las de varios más, son contadas en el libro “Y me volví a levantar” (Editorial Planeta), escrito por Gustavo Huerta, un recorrido que por momentos ilumina las zonas más oscuras del espíritu humano. “Ellos se enfrentaron a la realidad. Algunos lo hicieron encerrados, con carrete, drogas, alcohol. Pero hicieron una pausa para reconocer lo que les pasaba y lo que necesitaban para proyectarse. Asumieron con sentimientos, con emociones, con rabia y después con alegría para ser felices”, dice el periodista.
Correr para dejar atrás la depresión
La discusión del gendarme Luis Gutiérrez con uno de sus colegas terminó con una detonación que retumbó con fuerza en el casino de la cárcel de menores Tiempo Joven, en San Bernardo. Luis, que reclamaba por la falsificación de su firma para un préstamo, pensó que le habían dado un palo. Poco a poco, la vista se le fue apagando y le costaba respirar.
Los vaticinios de los médicos indicaban que en el mejor de los casos quedaría vegetal, pero luego de tres meses en coma despertó. Cuando lo hizo, le preguntó a las enfermeras por qué la luz estaba tan baja. Ellas no fueron capaz de decírselo. Tuvo que entrar su esposa a explicarle que el balazo le había quemado el nervio óptico y que a sus 27 años había quedado ciego. Luis lloró por horas y pensaba en María José, su hija, de la que alcanzó a despedirse antes de ir a trabajar ese 25 de enero de 2009.
Luis quedó empantanado en la depresión. Gastaba toda su pensión en drogas, llegó a pesar más de cien kilos y estuvo a punto de separarse. Se preguntaba por qué a él. Ya le había tocado una vida lo suficientemente dura. Su infancia la pasó en Ovalle sobreviviendo en hogares de menores y a una madre alcohólica que lo golpeaba. Buscando una vía de escape a su realidad, se enroló en Carabineros y parecía que encontraba algo de paz, una tregua, pero el drama nuevamente se apoderaba de su vida.
Solo el deporte pudo ayudarlo. En una escuela para ciegos, lo invitaron a correr. Partió con miedo, desconfiando del guía, sin embargo, sintió una enorme liberación de energía.
“El deporte fue el mejor remedio. Vi psicólogos, vi psiquiatras, tratamiento de acupuntura, pero no había caso. Yo mismo me hice una terapia, la probé las primeras veces que salí a trotar. ¿Cuál es? Toda la gente que me ve en la vía pública con mi bastón para ciegos, me ven caminando despacio, con precaución, para no caerme o chocar. Pero para mí, soltar el bastón y tomar una cuerda con un guía es libertad. Yo soy de kilómetros largos y con eso lo negativo queda atrás”, le cuenta a Emol.
Fue medallista de bronce en 1.500 y 5.000 metros en los Juegos Suramericanos de 2014. Tiene, además, el récord nacional en triatlón paralímpico y obtuvo el primer lugar en el Maratón de Santiago 2018.
Pese a los momentos felices, las cicatrices siguen doliendo una década después. El año pasado nació su segunda hija, Paula. Estuvo en el parto y la matrona le relataba todo lo que iba ocurriendo. Dice que fue hermoso y triste a la vez. Tuvo que salir a correr para mitigar la pena.
“El no ver a tus hijos no se lo doy a nadie. Cuando mi niña mayor llega del colegio el no poder revisar sus cuadernos me duele mucho. Eso lo boto haciendo deporte. Lo más lindo de la ceguera mía es cuando duermo y sueño. Veo a mis hijas, veo el día a día, veo las cosas. Me veo ciego, pero veo lo que pasa en mi entorno, en mi alrededor. A veces con mi tacto, voy viendo las caras de ellas y voy imaginando”, narra.
El tenis, un impulso para salir adelante
No había solo una razón. Macarena Cabrillana era una adolescente callada y triste. Hace poco había muerto la abuela que la crió como una hija, tenía problemas en el colegio y no se adaptaba a vivir con su papá. Quería dejar de sufrir. Llevaba horas llorando en su dormitorio y finalmente decidió saltar desde un quinto piso.
“Era muy introvertida, me guardaba todo, también me pasaron cosas en el colegio, temas personales. Eso hizo que me guardara todo y llegó el día en que exploté. De alguna forma tenía que botar la pena y lamentablemente fue la salida que encontré. Otras personas hubiesen actuado de otra forma. Yo ya no tenía ganas de vivir y tenía miedo de contar las cosas que me pasaban”, expresa.
La caída no la mató, pero sufrió una lesión medular completa que la dejó en silla de ruedas. Rápidamente empezó la rehabilitación acompañada por un equipo psicólogico. El recordar lo que había hecho la derrumbaba. “A mí lo que más me dolió no fue hacerme daño a mí, si no que hacerle daño a mi familia, que fue algo que yo nunca contemplé. Mi propósito era otro, eso fue lo que a mí más me ha marcado y de lo que me arrepiento día a día”, apunta.
En 2008, ingresó a la Teletón y allí el profesor Patricio Delgado la conminó a practicar algún deporte. Había varias opciones, pero se decantó por el tenis. Al principio “no le pegaba a ni una”, pero volvía la alegría después de mucho tiempo.
“Después de mi accidente, el tenis fue lo que me dio la motivación para seguir viviendo. Por mí, yo hubiese entrenado todos los días. A veces inventaba en el colegio que tenía que ir a rehabilitación, pero finalmente iba a jugar. A ese extremo. Fue también lo que me ayudó a rehabilitarme, porque físicamente necesitaba prepararme para andar en silla de ruedas”, declara.
Con mucho esfuerzo, su papá le compró una raqueta en una multitienda y empezó a competir. Si bien le costó, no decayó. Con 27 años, acumula 28 títulos internacionales (entre singles y dobles), llegó a estar 16 en el ranking mundial y fue escogida como la mejor tenista paralímpica de Chile en 2016. No sabe si le gustaría volver a caminar, piensa que quizá no sería tan buena en el deporte convencional y no se imagina su vida sin tenis.