El primer capítulo de la sexta temporada de Mea Culpa, transmitida en 1998, termina con una frase que entonces parecía lejana: “El denominado ‘Chacal de Alcohuaz’ podría quedar en libertad en el año 2012”.
Juan Domingo Salvo Zúñiga tenía 52 años de edad al momento de la difusión del programa y cumplía su condena en el centro penitenciario de La Serena. Siete años antes, el 9 de febrero de 1993 el presidente de la época, Patricio Aylwin, le había salvado la vida.
Literalmente, pues lo indultó de la pena de muerte que pesaba sobre él por matar a hachazos a una mujer y sus tres hijos.
El crimen se remonta a la mañana del 25 de noviembre de 1990 en la pequeña localidad de Alcohuaz, en el Valle del Elqui, y significó el punto culmine de un historial de crímenes que de todos modos para Salvo comenzó mucho antes.
El 22 de junio de 1975, atacó brutalmente a su propia hermana -de quien él decía estar “enamorado”-, luego de que ella llegara con un pretendiente a la casa. A la mujer la asesinó, mientras que su acompañante logró zafar con vida, aunque apuñalado en varias oportunidades y -por ende- mal herido.
Fue detenido y condenado a 10 años de cárcel. Mientras pugnaba su castigo pasó por varios centros penitenciarios, pero por alguna razón que se desconoce solicitó pasar sus días de confinamiento en Vicuña, en la región de Coquimbo. Se encontraba allí, cuando fue dejado en libertad tempranamente, al cabo de seis años, por su buena conducta.
De prisionero a forastero
Fue así como llegó en calidad de forastero hasta Alcohuaz, donde poco a poco comenzó a ser reconocido, aunque no por las razones que cualquiera quisiera: era visto constantemente en las afueras del colegio. Según se conocería más tarde era pedófilo y dedicaba gran parte de su tiempo a escribir poemas de “amor” que le entregaba a las estudiantes.
Una de ellas, fue Marisol, una niña de 12 años. Varias veces llegó a la hora de salida para encontrarse con ella, aunque lo más grave ocurriría después, cuando en lugar de aparecerse en las afueras de la escuela, arribó a su casa. Se metió a su dormitorio, mientras ella dormía la siesta, e intentó abusar de la pequeña.
Lo que no sabía, era que en medio de la oscuridad de la pieza, cuyas ventanas estaban cubiertas por cortinas, se equivocó de víctima y quien realmente se encontraba allí era la hermana mayor de la menor. Gritó y sus padres -que venían llegando al hogar- alcanzaron a divisar a Salvo mientras huía.
¿El resultado? La familia lo denunció y consiguieron que fuera condenado… a seis meses de prisión.
Su compañero
Dada su corta estadía en la cárcel volvió rápidamente a las calles de Alcohuaz, donde fue recibido por su único amigo en el pueblo: Deliseo, un hombre de carácter afable, quien pese a la relación cercana siempre le guardó temor. Ambos trabajaban recogiendo uvas, una de las principales actividades económicas en la zona.
También hacían carbón juntos, o se dedicaban a cortar leña.
Todo ello fue aprovechado por Salvo para poner sus ojos sobre Jessica, una de las hijas de su amigo, de ocho años de edad. Y tal como lo había hecho con otras niñas, se dejaba caer a la salida del colegio para esperarla y poder conversar con ella u ofrecerle regalos, dulces y -desde luego- sus poemas.
Su obsesión, sin embargo, casi terminó a los golpes luego de que en una de las visitas a la casa de Deliseo y Antonia -la esposa de este último-, encontraran al “Forastero de la Muerte, como se le conocería más tarde, en la habitación de la menor. El padre lo pilló mientras el visitante la ayudaba a ponerse ropa para ir a la escuela, por lo que no le quedó otra opción que superar sus miedos y sacarlo del lugar.
Las advertencias de Deliseo, eso sí, no fueron suficientes: Salvo volvió a la casa e intentó abusar de Jessica en una bodega cercana. Antonia escuchó los gritos de su hija y logró auxiliarla a tiempo.
Días más tarde, se estampó la denuncia contra el hombre, lo que desató su furia y lo llevó a planificar su venganza. La vendetta terminaría consumándose pasadas las 06:00 del 25 del noviembre de 1990. Cuando el jefe de hogar ya se había ido a trabajar, el Chacal de Alcohuaz se dejó caer con un hacha al domicilio de sus denunciantes.
Cuatruple homicidio
Una vez al interior de la casa se dirigió inmediatamente al dormitorio de Antonia y antes de que ella pudiera reaccionar le asestó con el arma. Lo propio ocurrió con su hija recién nacida y con Jessica.
Mauricio Joaquín, otro de los hijos de la familia logró huir. O al menos lo intentó, porque tropezó con los muebles: fue alcanzado por el agresor y asesinado.
Como si fuera un día normal, Salvo llegó sin levantar sospechas a su puesto de trabajo, no sin antes pasar por un riachuelo que cruza el sector El Pabellón, donde escondió las armas, lavó su ropa y tomó un baño.
Pasaron las horas y cuando Deliseo volvió a su casa se encontró la tragedia: los cuerpos de los cuatro integrantes de su familia yacían sin signos vitales.
“Nunca me saco esa imagen de la cabeza, yo nunca me iba a imaginar esas cosas”, contaría durante el episodio el propio padre, visiblemente afectado por la tragedia.
Una vez conocido lo ocurrido, la policía inició las pesquisas. ¿El principal sospechoso? El propio Deliseo, pues justamente Salvo no había levantado sospechas al llegar al trabajo sin novedades. Pero como el padre y esposo de las víctimas insistió tanto en la responsabilidad de su amigo, estaba seguro de ello, Carabineros llegó a media tarde a la viña para interrogarlo.
El asesino lo negó todo, pero como no tenía coartada fue detenido. Horas más tarde terminaría confesando el crimen.
En 1992 fue condenado a muerte, pero tras un intenso lobby de varios sectores, incluido Amnistía Internacional, desde donde se enviaron numerosas cartas, el presidente de la época, Patricio Aylwin, terminó concediéndole el indulto y reemplazando así la pena capital por presidio perpetuo.
En 2012, tal como se advertía al final del episodio, Salvo cumplió 20 años encarcelado, lo que le permitió solicitar beneficios carcelarios, entre ellos el de la libertad condicional. “Éstos le fueron denegados, en consecuencia deberá permanecer el resto de su vida en prisión”, se lee en un reportaje realizado por el propio Carlos Pinto para CHV. Fue lo último que se supo de él.
Las intenciones
Para cuando el capítulo salió al aire, Mea Culpa ya tenía un sello inconfundible. Era el único programa que abordaba temas sumamente complejos para la sociedad chilena de la época. Y no sólo eso, sino que el trabajo detrás para reproducir los hechos lo más ajustado a la realidad lo llevaron en 1996 a ganar el Premio Apes al Mejor Programa Periodístico en categoría “Televisión”, galardón que repetiría en los Copihue de Oro de 2005.
Según cuenta Carlos Pinto (quien dicho sea de pasó se mostró en contra de la pena de muerte en la primera entrega de esta serie-, el programa caló tan hondo, que abrió debates en las familias que lo miraban, e incluso -añade- llevó a más de alguno a repensar sus intenciones.
Ejemplo de esto último es una particular situación ocurrida en una discoteca que fue facilitada al equipo de Mea Culpa, probablemente durante la grabación del show, en Talca. Allí, se le acercó al periodista un hombre que lo reconoció.
-“Oye, pucha, gracias a ti… Ah no olvídalo”, alcanzó a decirle el desconocido, de acuerdo al relato de Pinto, antes de retirarse abruptamente.
La conversación, sin embargo, continuó horas más tarde, cuando se volvieron a topar.
-“Tú me dijiste que algo te pasó”, reanudó Pinto.
– “Puta, yo en la casa tuve problemas con mi mujer y se me pasó por la mente liquidarla… pero después que vi tu programa pensé que no tenía ningún sentido esta hueá. Sabís que me separé y soy feliz”, confesaría el hombre esa noche.
“Quedé helado”, sentencia Pinto.
Próximamente, la tercera parte de la entrevista a Carlos Pinto y su selección de historias de Mea Culpa. Revisa la primera entrega aquí
Fuente: BioBioChile