Samuel Fernández Illanes
Académico Facultad de Derecho UCEN
La porfiada historia tiende a repetirse. Europa del este es amenazada por Rusia, como en tiempos zaristas o soviéticos, al oponerse incluso por la fuerza, a que Ucrania adhiera a la OTAN, como otras ex repúblicas. Ucrania y Bielorrusia fueron creadas en la URSS, e integraron la ONU como requisito para aceptar su sistema. Tienen valor estratégico de barrera con Europa, y límite máximo de la Alianza Atlántica, donde EEUU es socio principal. Putin despliega imponentes fuerzas armadas en la frontera ucraniana, que no han ido de paseo, y controla las regiones de Donetsk y Lugansk. Desafía con ejercicios militares en la obediente Bielorrusia, y hay riesgo de invasión inminente. Occidente aporta algunas tropas testimoniales, armamento liviano, y aguarda sin esperanzas. Pide a sus connacionales salir y prepara mayores sanciones económicas, desde la anexión de Crimea el 2014, que no detuvieron a Putin. Sabe que Ucrania no vale una tercera guerra mundial, mientras escucha satisfecho el desfile de líderes occidentales que le ruegan negociar la paz, que sólo él decide.
Ha recuperado el protagonismo que su enorme arsenal militar permite, aunque sin fuerzas suficientes para trastocar la economía global. Desestima adversarios, pone a prueba y fragiliza el sistema de seguridad de la ONU, como en guerra fría, con impredecibles consecuencias. Se califica como la pretensión bélica de un autócrata que cree alcanzar la gloria, aunque arriesgue una tragedia. No obtendría nada trascendental en un mundo interdependiente, ni menos, beneficios para su población. Rusia actúa a expensas de Ucrania, como ocurrió en 1930 con millares de vidas, sin reparar en los desmesurados costos propios y el consecuente descrédito mundial, si ocupa parte o todo el país; salvo recibir apoyos interesados no continentales. Una desproporción, pues la NATO y EEUU, no planifican agredir a Rusia con Ucrania. Es un pacto defensivo y no ofensivo, creado para contener, precisamente, lo que ahora hace Rusia, si mantiene su arriesgada posición intransigente, más por razones de prestigio político que de seguridad territorial.
Ojalá sea una pretensión con propósitos limitados y negociables, y no un fatal paso en falso, como la historia lo ha evidenciado tantas veces.