El término ciudadano es, quizás, uno de los más utilizados en el mundo y fundamentalmente se define en su esencia político-jurídica, en el reconocimiento de los deberes y derechos individuales de los seres humanos. Desde la ciudadanía griega, pasando por la ciudadanía de la Ilustración, de la Revolución Francesa, la de los Derechos Humanos a mediados del siglo XX, hasta llegar a las modernas sociedades civiles de carácter nacional e internacionales, conlleva a una concepción de carácter ético sobre lo que en principio es difícil tener desacuerdos.
Sin embargo; cuando este mismo proceso histórico de conformación de la ciudadanía es revisado desde el punto de vista socio político, en relación a las estructuras del Poder, se abren espacios para las incertidumbres o las contradicciones. Cuando desde los griegos se habla de ciudadanos para diferenciarse de las mayorías pobres y esclavos que ningún derecho tenían y si muchas obligaciones, vemos en la categoría ciudadano el ideal representativo de una élite. El ciudadano ha sido un concepto utilizado para contraponerse al de pueblo.
Tomamos distancia de una concepción de lo ciudadano donde prima el aspecto individual, vinculada al liberalismo político y económico, desarrollado a partir del siglo XVIII y que contribuye al modo de ser: egoísta, competitivo, indiferente, en fin, inhumano. Donde el ciudadano se confunde con quien tiene derecho al voto, al que tiene capacidad de consumir económicamente, al que paga impuesto, de los que son gobernados. Una ciudadanía apática, excluyente, ególatra.
Una ciudadanía que por tener medios económicos ha podido acceder a las instituciones educativas y culturales y se cree poseedora de la verdad. Una ciudadanía, que al igual que la antigua Grecia, pretende marginar y/o ser superior a los otros, las inmensas mayorías. Por esta razón partimos de la idea de que ciudadanos y estos organizados en sociedad civil debe ser todos, sin exclusión.
Defender las libertades individuales, pero también las sociales. Que las libertades individuales no sean a costa de los OTROS.
Por: Pedro Rodríguez Rojas, sociólogo, académico Universidad Central Región Coquimbo