Los turbazos, las evasiones, las agresiones en partidos de fútbol e incluso la copia masiva en universidades son episodios que han marcado a Chile en los últimos años y que han puesto en jaque la seguridad y también la coexistencia cotidiana de la ciudadanía.
Las propias autoridades -parlamentarios, ministros y el propio Presidente Gabriel Boric-, reconocen que existe un problema de violencia nunca antes visto en la ciudadanía. Sin embargo, aquel escenario no ha estado marcado sólo por el aumento de los homicidios, portonazos, encerronas, violaciones u otros delitos, sino que también de otras prácticas que afectan y atentan contra coexistencia cotidiana de la ciudadanía.Las últimas semanas han estado marcadas por hechos de violencias o episodios que dan cuenta de una pérdida del respeto a las normas cotidianas de convivencia que van más allá de la criminalidad como tal. Por ejemplo, sólo esta semana se registraron turbazos o reventones de gente que ingresó al concierto de Daddy Yankee sin entrada y una agresión a un arquero en un partido de fútbol.
Otro suceso cuestionable es que hace unos días se supo que la Universidad Andrés Bello sancionó a un grupo de estudiantes tras constatar que al menos 10 alumnos de la carrera de Enfermería solicitaron a terceros responder certámenes en diciembre de 2021. El hecho más reciente ocurrió este viernes, cuando una parte del techo del Estadio Monumental se desplomó, luego de que hinchas realizara un “arengazo”.
Y a pesar de que todos estos episodios ya mencionados no son nuevos, la reiteración con la que han ocurrido en el último tiempo resurge la discusión si en Chile existe una normalización de la violencia y del irrespeto a las normas. Es más, a raíz de lo ocurrido en el concierto de Daddy Yankee, la misma ministra y vocera de la Corte Suprema, Ángela Vivanco, expresó preocupación por la actuación delictiva que hubo detrás del ingreso masivo de personas sin ticket, debido a que los reventones fueron previamente organizados por los grupos.
“Evidentemente este tipo de turbas son situaciones inesperados, pero dado que han sucedido, tenemos que empezar a preocuparnos de estos temas también. Los temas masivos desgraciadamente en Chile se están transformando en temas donde hay personas que tratan de desarrollar conductas delictivas. La turba que entró al Estado Nacional es una turba delictiva, por supuesto que hay jóvenes que a lo mejor no tienen los recursos y quieren ver a un cantante, pero esto no se puede transformar en entrar a las cosas por la fuerza”, sostuvo en conversación con Radio Universo.
A la preocupación de la vocera del máximo tribunal, se suman los dichos del ahora ex fiscal nacional, Jorge Abbott, quien en su ceremonia de despedida del Ministerio Público aseguró que la violencia ha experimentado un “recrudecimiento” nunca antes visto en Chile.
“Sin lugar a duda el mayor desafío que hemos debido enfrentar en estos últimos años, ha sido el recrudecimiento de la violencia. Hoy tenemos instalada la violencia en nuestra sociedad como una forma de relacionarse de manera cotidiana, lo vemos en nuestras calles, lo vemos en los estadios. La violencia que no conocíamos con los resultados como hoy estamos viendo requiere una respuesta por parte del sistema penal”, indicó.
Y no sólo estas dos autoridades tienen una visión crítica de lo normalizada que está la violencia en Chile, sino que el propio Presidente de la República, Gabriel Boric se refirió a la compleja situación que afecta a la coexistencia cotidiana de la ciudadanía. Todo, a raíz de la agresión que sufrió su hermano a principios de septiembre tras intentar evitar un saqueo.
“Lo importante no es que sea mi hermano, más allá del cariño personal y todo el afecto, sino es cómo es posible que lleguemos siquiera a naturalizar que un grupo de personas pueda agredir a otra de manera impúdica en la vía pública y en pleno centro de Santiago o en cualquier parte. Eso es absolutamente inaceptable y más aún donde estaban realizando algo que tu habías llamado la atención antes, saqueos”, manifestó.
En razón de todo lo ocurrido y de la preocupante visión de las autoridades, resurge la discusión de cuáles son las razones que han derivado en el aumento de episodios trasgreden la convivencia cotidiana y si existe una normalización de la violencia. Si bien se tiende a pensar que el estallido o revuelta social, sumado a la pandemia son hitos que marcaron el punto de inflexión, varios sociólogos y antropólogos explican que aquello solo agudizó un problema de hace años.
Un problema antiguo
El magíster en Sociología e subdirector de Desarrollo del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), Rodrigo Pérez de Arce comentó a Emol que es importante separar los hechos de violencia con los episodios que constituyen en el no responder a las normas, aunque todo radica en que hay ciertos márgenes que la sociedad no respeta.
“Se tiene que distinguir entre un episodio violento y un episodio en el cual no se respeten las normas. Un episodio violento es tirarles bengalas a jugadores de fútbol, o que se genere un turbazo o reventón para entrar a un concierto. Pero también, por ejemplo, no pagar la micro que es algo que ya está normalizado en algunos lugares, es una forma de no respeto a la norma. Entonces, siempre hay márgenes en los cuales la sociedad no las respeta”, sostuvo.
En ese contexto, el experto menciona que a esta conducta normalizada se le suman nuevas actitudes o comportamientos de la ciudadanía que surgieron en el último tiempo. “Entre el estallido más el tiempo de pandemia, hemos visto ciertas conductas antisociales en cierto sentido, y eso hay que mirarlo con bastante cuidado”.
Y agregó: “El hecho de no estar en espacios de comunidad, de no tener comunidades de referencia como los colegios o las escuelas abiertas, o las universidades en presencialidad, o incluso las juntas familiares que permiten que las personas vayan encontrando un especie de control social espontaneo desaparecieron en el último tiempo”.
Sin embargo, Pérez de Arce acota que las nuevas conductas no necesariamente responden a un Chile más violento. “Lo que sí estamos viendo un choque de violencia con mucha más recurrencia de lo que había antes y eso hay que estudiarlo con mucho cuidado. Pero no es consecuencia del estallido o la pandemia, sino que creo que venía de antes este comportamiento, a veces, antisocial y esas condiciones revientan o se agudizan con el estallido, donde primero hay una rebelión contra las formas normales de hacer protesta, pero también hay una rebelión frente a ciertos códigos de conducta social”.
A pesar de que el investigador de IES reconoce que “es indesmentible que hay elementos del estallido social que influyen en que ciertos grupos de la población ya no respeten a ciertas autoridades”, insisten también en que hay que ser cuidadosos, pues “lo que aparece en el estallido social también respondía a procesos de falta de respeto por la autoridad o falta de convicción por lo que la autoridad representa, tanto Carabineros como la política, pero también el profesor en el colegio o la universidad”.
“Distintas formas de autoridad que van siendo cuestionadas de distintas maneras por una sociedad que también demanda más horizontalidad”, añade. Finalmente, Pérez de Arce señala que “la pandemia potenció la violencia, pero no en el sentido de que salieron leones enjaulados de nuestras casas a pelearnos con la gente, sino más bien porque hay formas de moderación o control social que disminuyeron su importancia durante la misma pandemia”.
La institucionalidad democrática falló
En tanto, Mónica Vargas, socióloga, académica de la Usach y ex presidenta del Colegio de Sociólogos, sostiene que la violencia sí está normalizada en el país, pero que aquel fenómeno responde a que la institucionalidad democrática falló hace muchos años, al no dar las respuestas que la ciudadanía necesita. Esto, estaría derivando en un individualismo y en la pérdida de la solidaridad.
“Tenemos un Estado reducido, un mercado que regula las relaciones en sociedad y eso hace que se vaya configurando la manera de ser de nuestro país. Y en esa manera de ser la competencia, el individualismo hace que las personas entiendan, en su imaginario y en su foro interno, que aquí gana el más fuerte en todo ámbito. Entonces, gano si protesto más fuerte, gana el más fuerte si yo grito más, gana el más fuerte si me salto la fila, porque hay una lógica de ‘o me comporto de esta manera o soy un perdedor'”, explica.
Todo lo anterior, a juicio de la docente, genera “una dinámica de la sociedad chilena donde o yo me salto la fila, me subo arriba de la muralla para ver a Daddy Yankee, o si no me gusta el arquero tengo el derecho a agredir, porque me siento con el derecho a hacerlo, porque de algún modo, si no lo hago, paso a ser agredido y pasado a llevar. Esto pasa en todos los ámbitos de la vida cotidiana, por ejemplo, está vinculado con la actuación de violencia de jóvenes de 15 años que están haciendo portonazos”.
Adicionalmente, Vargas afirma que existe un descontento por la lejanía que existe entre los gobernantes y el mundo cotidiano, lo cual se ha reflejado en el estallido o revuelta social y en el ‘mayo feminista’. A eso se suma un proceso constituyente cuya propuesta de nueva Carta Magna no trascendió, situación que aumentaría la disconformidad de una parte de la población.
“Está esta idea del mundo político muy alejado de lo que está sucediendo con las personas en el cotidiano, en las poblaciones. Cuando tenemos una institucionalidad democrática que no cumple su función, es decir, que no protege y cuando esa institucionalidad democrática no responde a las necesidades de la población el pacto se rompe. El mayo feminista, el estallido o la revuelta social fueron alertas de que el pacto se rompió”, recuerda.
“Estos episodios son manifestaciones del fenómeno y responden a que la institucionalidad democrática chilena hoy día no da respuestas suficientes a las personas para que entiendan que el acto de vivir en sociedad es solidario y la institucionalidad democrática chilena le está diciendo a la población ‘arréglesela usted solo'”, concluye.
Actos sin consecuencias
Giselle Davis, antropóloga y académica del Departamento de Salud Pública la Universidad de Talca explica que los nuevos hechos de violencia registrados y el no respeto de normas de convivencia responden a la poca consecuencia que existe ante estos hechos y a la cultura que llega desde afuera.
“Hay una pérdida de referentes de sociabilidad en los sectores más vulnerables, que no es lo mismo que lo más pobres. Estamos hablando de negligencia, aislamiento, precariedad social y cultural”, acota. Además, asegura que existen una violencia que no tiene consecuencias en su ejercer.
“Los referentes tradicionales, es decir, valores o normas son reemplazados por la falta de los mismos y por lo más violento de las redes sociales, donde hay menos control social. Los actos tienen nula o escasa consecuencias; y se desata la violencia impunemente en el lenguaje”, sostiene.
Finalmente, la académica de la Universidad de Talca mencionó como partes de las razones que las “prácticas delictivas de población migrante que se incorporan a las ya existentes, exacerbando los niveles de violencia”.
Fuente: Emol