Por Paz Hormazábal, Vicerrectora, Universidad de Las Américas, sede Concepción
Naciones Unidas proyecta que tres de cada cuatro empleos estarán relacionados con las tecnologías al año 2050, en especial aquellas de la denominada cuarta revolución industrial.
La acelerada irrupción de plataformas basadas en inteligencia artificial (IA), en los últimos meses, ha puesto el tema en el centro del debate en múltiples ámbitos, entre ellos, cómo no, en las universidades y el mundo académico. El espacio donde, precisamente, se formarán los profesionales y técnicos que liderarán las transformaciones que marcarán las próximas décadas.
Este escenario de evolución tecnológica abre desafíos y oportunidades, entendiendo además que se trata de una evolución imparable, a la que, como institución de educación superior, debemos adaptarnos rápidamente.
La masificación de la IA implicará el uso de nuevas herramientas como complemento a los procesos de aprendizaje, tal como en su minuto fue el computador o la Internet. Con todo, es claro que esta adaptación también requerirá modificaciones en aspectos críticos, como la evaluación, y abrirá un profundo debate ético sobre el alcance de las tecnologías y la calidad de la formación.
En los últimos meses, como consecuencia de la veloz evolución en la adopción de las tecnologías, universidades de todo el mundo han entrado al debate sobre los aspectos éticos de la IA. En algunos casos restringiéndola, en otros prohibiendo su utilización, al menos hasta generar protocolos que reduzcan sus usos abusivos, como el plagio de trabajos o la resolución de problemas (este llamado a la ralentización en el avance de la IA también tuvo eco en otros sectores, como el de los gobiernos o las propias empresas tecnológicas).
El avance de la inteligencia artificial exigirá estudiantes con mayor capacidad de comprensión del mundo y el fortalecimiento de su pensamiento crítico. Contrario al dilema de la desaparición de empleos, lo cierto es que la automatización de tareas abre interesantes perspectivas en sectores como el de la salud, donde los nuevos profesionales podrán realizar tareas más complejas y que exigen más atención.
Otro aspecto a considerar como un potencial riesgo, es el acceso y la conectividad. Si un determinado grupo de estudiantes, por su ubicación geográfica o disponibilidad de recursos, no está en condiciones de complementar su aprendizaje con herramientas de mayor sofisticación, quedará evidentemente en una situación de desventaja. Esto supone, especialmente, un importante reto para la Región del Biobío.
La inteligencia artificial, así como otras soluciones 4.0, no será protagonista sino que tendrá un rol instrumental en todos los aspectos de la sociedad, y la formación no será la excepción. La regulación, las nuevas posibilidades de análisis, el rol que tendremos como ejecutores de tareas, entre otros, surgen como algunos aspectos de interés en la discusión ética. Será importante que abordemos y profundicemos estos alcances con una reflexión a todo nivel, desde los académicos e investigadores hasta los estudiantes.
Es claro que el ser humano seguirá teniendo un rol central en la sociedad, aunque probablemente el reto estará puesto en encontrar dónde estará su principal contribución y la forma que podrá desplegar su capacidad de crear y desarrollar soluciones a problemas de alto impacto, teniendo como complemento fundamental las nuevas tecnologías. Allí, las universidades tendrán mucho que aportar.