Por Samuel Fernández Illanes, Ex Embajador y académico U. Central
Lo ocurrido en el exterior, que no abordaré, sirve para recordar esta práctica usual, y no siempre conocida de nuestra profesión, vista desde la experiencia, y como profesor en la Academia Diplomática, entre otros temas, del Derecho y Práctica Diplomática. Parecen de menor importancia, sin normas escritas pero, apoyada en usos protocolares, que van más allá de su aparente banalidad.
Cada país tiene su propio ceremonial, algunos tradicionales, con raíces culturales o históricas. Desde los antiguos uniformes diplomáticos, bordados en oro, espadín, sombrero emplumado y otras usanzas, todo ha evolucionado. Algunos, utilizan en ceremonias o invitaciones, frac y condecoraciones; la única vestimenta que las permite, si no, en la solapa o vestido, se usa el botón de la más alta condecoración que fuere otorgada por el invitante, no las medallas. En algunos, todavía se usa chaqué y uniforme de gala para militares. Normalmente son monarquías. Han sido reemplazados por trajes y vestidos formales. Así, no hay distinciones en los diplomáticos, e impide competencias y tenidas inapropiadas.
No se usan por gusto o buen vestir, superan a las personas, pues importa el cargo y a quién representa. Demuestran el respeto del representante a un país hacia las autoridades del estado receptor o invitante, como recíproca consideración y valoración. Inspira confianza y ambos se sienten considerados. Cómo se sentiría un anfitrión si un invitado llega, por comodidad, en traje de baño, o en pijama. Sería un desprecio o una burla evidente.
Parecen prácticas en desuso pero, nadie queda ofendido ni menospreciado, y facilitan las funciones diplomáticas, sin desviarlas de sus objetivos.