Jamie L. es una abogada estadounidense, quien utiliza el seudónimo de M.E. Thomas, y, según reconoce ella misma, es psicópata.
“No me consideraba diferente a los demás. Tal vez sospechaba que simplemente era más inteligente”, es parte del relato que la profesional dio a la BBC, donde cuenta cómo fue la transición desde que se dio cuenta que había algo diferente en ella, al momento en que decidió pedir ayuda.
Según dijo, “Cuando tenía 8 o 9 años, estaba viendo la televisión con mi padre y vi un anuncio de una campaña de recaudación de fondos contra el hambre en África. Las imágenes mostraban a un niño muy flaco. En la siguiente escena, una mosca se posó en los ojos del niño, y este no reaccionó en absoluto (…) Comenté: ‘Qué niño tan tonto… ¿Ni siquiera puede apartar una mosca de sus propios ojos?’“.
Este fue uno de los primeros signos que alertó a su familia, en especial a su padre, quien inmediatamente se cuestionó si es que su hija carecía de empatía.
De hecho, ella misma reconoce que cuando entendió qué era la empatía, se dio cuenta de que tal vez no tenía realmente ese sentimiento.
La empatía, según la Universidad Adolfo Ibáñez, es “esa capacidad humana para comprender y compartir las emociones y experiencias de los demás“, algo que, tal como relató la abogada, ella no sentía.
La psicopatía o sociopatía, se engloban dentro del término “trastorno antisocial de la personalidad”, que, según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, se clasifica como “una de las enfermedades mentales más incomprendidas, con escaso diagnóstico y tratamiento”. Estos son términos que Thomas menciona en su relato.
“Pensaba que era divertido”
M.E. cuenta que a los 12 años, el padre de una amiga fue a verla y le dijo que su hija la quería y apreciaba su amistad, pero que no quería que le siguiera pegando.
“Me sorprendió mucho, porque nunca me había dado cuenta de que hacía eso”, contó la mujer. También recuerda que cuando era niña entraba a la casa de otras personas para cambiar las cosas de sitio, pensando en que “era divertido, pero hoy me doy cuenta de que era una enorme invasión a la privacidad”.
Luego comenzó a pasar por episodios donde, en un momento de agitación, arrojaba libros o diccionarios a sus compañeros, cuando la clase se volvía aburrida. “También jugábamos al fútbol americano sin ninguna regla. Cogía a algunos de mis compañeros y les daba puñetazos una y otra vez”, agregó.
Otro rasgo que se dio cuenta, cuando ya entró a la adolescencia, es que no tomaba en consideración los sentimientos de las demás personas.
Incluso, rememoró que tenía una amiga con quien apostaba a quién besaba a un chico que le gustaba a las dos. “No tuve en cuenta los sentimientos de mi amiga, sólo fui oportunista. En ese momento, solo pensaba en los veinte dólares que me iba a ganar”, reconoció.
En el ámbito académico, señaló que le iba bien en clases y tenía buenas notas, por lo que sus profesores no sabían bien cómo tratarla.
Siempre sintió insensibilidad y una falta de conciencia sobre lo que ocurría alrededor de ella. No se consideraba diferente a las demás personas, sólo pensaba que era más inteligente.
“Además, mi familia es numerosa, somos mormones y todos tenemos aptitudes musicales. Entonces, de alguna manera, ya éramos una familia un poco rara”, añadió.
Ver a los demás como una amenaza
A Thomas se le dificultó afrontar algunas situaciones, por el hecho de tener que ocultar lo que realmente sentía, además de dificultades para comprometerse con algo que se supone no le traerá un beneficio directo.
Se graduó como abogada, sin embargo, cuando estudiaba escuchó por primera vez una insinuación de que podría tener un trastorno de la personalidad.
En 2004 realizó su práctica en una agencia de Gobierno donde compartió con una mujer que, según Thomas “tenía varias vulnerabilidades que yo podía utilizar para manipularla”.
Mientras esta persona se habría con ella, Thomas comenzó a hacer lo mismo, ya que no la venía como una amenaza y era solo “un pajarito herido”.
“Hoy me doy cuenta de que en realidad no era así, y de que esa valoración venía de mis prejuicios psicopáticos”, relató.
Finalmente, esta compañera fue quien le preguntó “‘¿has considerado alguna vez la posibilidad de ser una sociópata?””.
Esa palabra no significó mucho para la abogada, quien terminó buscando su significado en internet, donde encontró síntomas elaborados por un psicólogo canadiense, los que se ajustaban perfectamente a ella.
Estos eran desde encanto, grandioso sentido de la autoestima, necesidad de estimulación constante, propensión al aburrimiento, mentir frecuentemente, falta de remordimientos, ausencia de empatía o la impulsividad y facilidad para manipular a los demás.
No le dio importancia a esto, solo lo encontró curioso.
Finalmente, comenzó a tomar consciencia sobre esto, luego que se diera cuenta, ya ejerciéndo su profesión, que su vida se derrumbaba. Esto le ocurría en su trabajo, con sus amistades, en las relaciones amorosas y con su familia. El ciclo de más o menos tres años se comenzó a repetir.
“Era como si oprimiera un botón de ‘púdrete’ y ya no pudiera seguir con mi papel”, manifestó. Fue en ese punto que pensó “¿será que me pasa esto porque soy una sociópata?”.
Finalmente llegó el diagnóstico
Entre medio, Thomas comenzó a escribir en un diario, un hábito que tuvo durante su infancia y adolescencia, sin embargo, ahora era en formato digital.
Creó el blog Sociopath World, donde utilizó un pseudónimo con el cual las personas pensaban que era un hombre. Tras un año y medio recibió una oferta para escribir un libro sobre el tema.
“Por aquel entonces, a mediados de 2010, ya me había recuperado y trabajaba como profesora de Derecho. Si algo bueno tiene ser un psicópata, es la capacidad de volver a tu cima rápidamente”, relató.
En 2013 sacó el libro “Confesiones de una sociópata, una vida oculta a simple vista”, pero primero, y para darle validez a su obra, confirmó ante un profesional que efectivamente tenía un trastorno de personalidad.
El diagnóstico no significó mucho para ella, ya que confirmó algo que tenía claro de antemano, aunque sí tenía cierta esperanza de que le diagnosticaran cualquier otra enfermedad. “Ahora el trastorno de personalidad es un trabajo con el que yo misma tendré que lidiar el resto de mi vida”, dijo, aún así, no comenzó inmediatamente un tratamiento.
“Aquí en Estados Unidos, el seguro médico sólo paga las terapias que las asociaciones de salud consideran eficaces. Y, curiosamente, no hay tratamientos que se ajusten a ese criterio para el trastorno antisocial de la personalidad (…) Muchos especialistas tampoco se sienten cómodos tratando a pacientes que padecen sociopatía o psicopatía”, manifestó en la entrevista.
Dificultades y estigmas
Pero las dificultades no terminaron con el diagnóstico, ya que tras la publicación de su libro participó en entrevistas que la hicieron medianamente conocida.
Un alumno de la facultad de Derecho donde hacía clases envió un correo a la administración, diciendo que se sentía amenazado por tener una profesora sociópata, lo que llevó a que ya no pudiera ingresar más al campus.
No solo eso, fue despedida, vetada y se le prohibió acercarse a menos de un kilómetro del campus o cualquier persona relacionada con la universidad.
Respondió que se trataba de un acto de discriminación, que no tenía antecedentes penales. Incluso dijo que solidarizaba con lo que sentía el chico y que nunca hizo algo contra él.
“Sufrí muchos prejuicios y a nadie pareció importarle (…) La gente me trataba muy mal y desarrollé una especie de trastorno de estrés postraumático. Por la noche, me despertaba de repente con ataques de ansiedad”, relató.
Adicción a la manipulación de personas
Uno de sus hermanos había tenido problemas de salud mental, por lo que asistió a sesiones con un psicoterapeuta, así que ella decidió seguir el mismo camino con el mismo profesional.
Por problemas con el seguro médico, le dijo que trataría su trastorno de personalidad, pero no específico qué tipo. Lo primero que hicieron fue enfrentar su adicción a manipular a las personas, ya que Thomas reconoce que “no sabía cómo mantener una relación con alguien sin hacer eso”.
Con el correr de las sesiones, comenzó a sentirse mejor, no solo en sus relaciones, sino que su propia experiencia en ellas comenzó a cambiar. “El contacto con los demás se hizo más relevante, más real, y me empezó a importar la gente”, confirmó.
“Antes, veía las interacciones sociales como algo parecido a ir al gimnasio. Era algo que necesitaba hacer, pero que no disfrutaba necesariamente. Hoy en día, las relaciones son supergratificantes para mí”, dijo Thomas.
Un futuro donde será aceptado
En 2017 comenzó un proyecto de conocer y hablar con personas con sospecha o diagnóstico de trastorno antisocial de la personalidad, lo que la llevó a recorrer distintas partes del mundo.
Le molestan los prejuicios, pese a que habla abiertamente sobre la psicopatía y el trastorno antisocial de la personalidad.
“Mucha gente me trata mal en nombre de tratar de protegerse de mí”, enfatiza, esto porque la mayoría de las personas vinculan la psicopatía con la violencia y criminales, sin embargo “, muchas personas con psicopatía no son violentas, y muchas personas que son violentas no son psicópatas”, indica Psycopathy Is, según BBC, una asociación creada por investigadores de Estados Unidos que promueven estudios sobre estos trastornos psiquiátricos.
El estudio Psicopatía, violencia y criminalidad: un análisis psicológico-forense, psiquiátrico-legal y criminológico (Parte II), cita al profesor García-Pablos de Molina, quien señala que “El psicópata no suele cometer crímenes muy graves, ni ingresa por largo tiempo en prisión. Es cierto que los criminales muy violentos y crueles tienen una elevada probabilidad estadística de ser criminales psicópatas, pero la mayoría de los psicópatas no se convertirán en este tipo de sujetos. Del mismo modo, hay criminales violentos cuya actividad es producto de un largo aprendizaje en determinadas subculturas y no de rasgos psicopáticos de la personalidad”.
Thomas finalmente dice que “Sueño con un futuro en el que la psicopatía no sólo sea aceptada, sino que las personas con distintos diagnósticos psiquiátricos puedan expresar sus reacciones emocionales sin ser juzgadas (…) los psicópatas que han cometido delitos deben ser castigados por sus actos (…) Si han hecho algo malo, deberían ir a la cárcel como cualquier otra persona (…) Pero no me parece bien que las personas con este trastorno que nunca se han visto envueltas en problemas legales sean constantemente juzgadas, perseguidas y obligadas a enmascarar sus sentimientos”.
Fuente: BioBioChile