Cinco años después del inicio de la pandemia, el sistema de salud chileno no es el mismo. El impacto de aquella crisis global dejó cicatrices profundas, pero también abrió la puerta a transformaciones que, en muchos casos, parecían imposibles antes de 2020. Más allá de las cifras y los informes oficiales, lo que se ha vivido en hospitales, centros de atención primaria y consultorios es el reflejo de un sistema que se vio obligado a cambiar para sobrevivir.
Uno de los grandes legados de estos años ha sido la consolidación de la telemedicina. Lo que comenzó como una solución de emergencia para evitar el colapso hospitalario y reducir el riesgo de contagios, terminó por convertirse en una herramienta cotidiana para médicos y pacientes. Hoy, las consultas virtuales son parte de la rutina, y aunque aún hay desafíos por superar —como la brecha digital en zonas rurales—, el acceso a la atención médica ha mejorado para muchos chilenos que antes enfrentaban largas horas de viaje para ver a un especialista.
Pero la pandemia no solo cambió la forma en que se brindan las consultas, también alteró profundamente la relación entre el sistema y quienes trabajan en él. El desgaste del personal sanitario fue evidente desde los primeros meses, y esa presión prolongada por años dejó huellas imborrables. El reconocimiento social hacia médicos, enfermeros, técnicos y auxiliares se tradujo en ciertas reformas laborales: mejores condiciones, acceso a programas de salud mental y un replanteamiento de los turnos excesivos que tanto afectaron el bienestar del equipo de salud.
En términos de infraestructura, la pandemia actuó como un espejo que reflejó las debilidades estructurales del sistema. La escasez de camas críticas, la falta de ventiladores mecánicos y la saturación de hospitales obligaron a realizar inversiones urgentes. Se crearon redes de colaboración público-privadas, se ampliaron unidades de cuidados intensivos y se diseñaron protocolos que, aunque nacieron en medio del caos, sentaron las bases para una mejor preparación ante futuras emergencias.
Sin embargo, los desafíos siguen ahí. Las listas de espera se dispararon durante los años más duros de la pandemia, y pese a los esfuerzos por reducirlas, muchas personas aún aguardan meses, incluso años, por cirugías o tratamientos especializados. La equidad en el acceso sigue siendo una herida abierta: mientras algunos pueden acceder fácilmente a tecnologías y especialistas, otros siguen enfrentando enormes obstáculos.
Hoy, con cierta distancia de aquellos meses críticos, el balance es complejo. El sistema de salud chileno es más digital, más flexible y, en algunos aspectos, más humano. Aprendió que no todo puede depender de la tecnología ni de la infraestructura; también se requiere empatía, comunicación y políticas que prioricen a las personas por sobre los procedimientos. La gran lección es que la salud no puede esperar a la próxima crisis para mejorar: el cambio debe ser constante y estar al servicio de todos.
Gustavo Constenla Scabone
Director Escuela de Medicina
Universidad Andrés Bello