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Entre rifas, donaciones y multas: Las sacrificadas historias de cuatro chilenos campeones mundiales en kickboxing

En Egipto, Chile tuvo una brillante actuación en el Mundial de Kickboxing. Jacqueline Ayala, Jakob von Senger, Anhay Díaz y Francisco Moreno se quedaron con medallas de oro.

Las historias de estos cuatro atletas tienen puntos en común. Detrás de la gloria hay mucho esfuerzo individual para poder costear el viaje a África y mucha pasión por seguir en un deporte que económicamente no les deja nada.

Para Jacqueline Ayala fue su cuarto título mundial. También es campeona nacional, sudamericana y panamericana. Recuerda que apenas llegó a Egipto tuvo un problema. No podía pagar el hotel oficial de la organización y reservó una habitación en otro antes de viajar. Pero estando allá se dio cuenta que no tenía nada que ver lo ofrecido. Deambuló hasta las cinco de mañana por las calles de El Cairo buscando dónde quedarse.

“Era una viaje caro. Hice masterclass a lo largo de todo el país. Es una clase tipo seminario de dos horas, recorrí varias ciudades de Chile recolectando las lucas. Eso me ayudó bastante. También recibí donaciones de la gente. Hice rifas. Hubo gente que me regaló guantes, la Crespita Rodríguez me ayudó regalándome clases personalizadas para la gente que saliera ganadora. Hubo compadres que me regalaron gift card de tatuajes”, le cuenta a Emol.

Ayala tiene 39 años. Ser luchadora de kickboxing es solo una de sus vidas. Años atrás trabajó como cantante y animadora de eventos, pero la vida nocturna le pasó la cuenta. Sufría obesidad. La nutricionista le exigió hacer deporte.

De niña le gustaba pelear y la echaron de varios colegios por lo mismo. Era su oportunidad de hacer kickboxing. A los seis meses ya está compitiendo.

Ayala es técnico en enfermería e instrumentista quirúrgica de profesión. Pero los horarios la complicaban, especialmente cuando le tocaba pabellón. Decidió dejar todo y dedicarse exclusivamente al kickboxing.

“Fue una decisión que tuve que tomar en conjunto con mi familia, porque no se gana prácticamente nada y no se puede vivir del deporte, tuve que volver a la casa de mis papas, tuve que dejar toda mi vida independiente aparte. Tuve que cambiar la independencia por dedicarme a lo que amo”, declara.

Francisco Moreno vive una situación similar. Hace kickboxing desde hace ocho años. Es bombero de aeropuerto y trabaja por turnos. Cuando tiene libre, va a competir o a entrenar. Sus horarios son como un rompecabezas.

Al consagrarse en Egipto, estuvo al borde las lágrimas. Le costó bastante reunir el dinero.

“Tenemos hartos peleadores que no fueron a Egipto por temas de lucas, pero que tienen un tremendo talento. Lamentablemente, en un par de años se van a terminar aburriendo. Van a preferir hacer clases que ir a competir porque les sale más caro”, manifestó.

Hace ocho años, a Anhay Díaz le diagnosticaron colon irritable. Nunca en su vida había hecho deporte y su hermano la invitó a practicar kickboxing. No salió más.

Para ir a Egipto su familia la ayudó. La pandemia trastocó sus planes. El gimnasio estuvo cerrado varios meses y no tenía dónde entrenar.

“Durante la cuarentena, creamos casi un laboratorio en mi casa. Le robé todo el antejardín a mis papás. Hicimos un gimnasio con mucho amor, nos pusimos a entrenar de cabeza porque no podíamos hacerlo en los gimnasios”, comenta.

Pero vino la lluvia y un problema con la Municipalidad. “Para que no se mojaran los implementos, pusimos un techo y nos pasaron un parte. Así que ningún apoyo”.

El monto de la multa no lo pudo cancelar en su momento. Para pagar el viaje a Egipto venderá su closet.

Cuesta mantenerse entrenando y compitiendo afuera. Todos estos deportistas apuntan a dar el salto al campo rentado. De momento, celebran un triunfo por el que pocos apostaban en Egipto.

Fuente: Emol

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