Alicia Aguilar Araos – Académica, Universidad Central Región de Coquimbo.
Hace pocos días hemos recibido noticias muy nefastas acerca de los episodios de agresiones entre estudiantes, amenazas a profesores, miedo, ira, desconcierto, incluso hasta asombro. Pareciera que los grandes esfuerzos de políticas referidas a la sana convivencia escolar, no estuvieran dando sus frutos. Se transforma entonces en un desafío, ya no solo para el ámbito educativo sino también para todos.
Siendo noticias muy lamentables me pregunto si ¿será una mayoría de estudiantes, docentes o padres que están sumidos en la espiral de la agresión? Sin duda que no, hay una mayor cantidad que quiere la paz, pero entonces ¿por qué no se nota? Quizás porque hoy somos más individualistas, menos colectivos y por tanto más competitivos, negando a los demás, lo que redunda en no preocuparme por lo que le pase al otro. Cuando converso intento imponer para ganar. ¿Cómo entonces abordar este desafío? En los centros educativos, los reglamentos internos deberían considerar la opinión de sus estudiantes, docentes, familias, de modo de acordar normas y acciones ante las consecuencias de los actos que cometa cada uno. Pero para ello se requiere escuchar al estudiante, al apoderado, al colega; al hacerlo lo valido como un legítimo otro, estoy respetando sus ideas aunque no esté de acuerdo, así se entra en un diálogo en el que se recupera la confianza, se crean espacios para mirarse, comprender y trabajar juntos.
Al aparecer la colaboración, suprime de inmediato la competitividad y florecen valores de equipo. Así el profesor o apoderado al escuchar y al usar un lenguaje de respeto genera transformaciones, pues el estudiante se siente reconocido y querido. Y todo ser humano que se siente atraído hacia el afecto, se transforma en esa convivencia, como dice Maturana. El desafío no está en las políticas, está en que los adultos sean referentes de actitudes empáticas y colaborativas que miren al bien común. El desafío entonces es para padres y profesores.