El tremendo logro de esta madrugada de Alberto Abarza en los Juegos Paralímpicos de Tokio no hace más que ponerle la medalla más pesada a la carrera de este nadador chileno.
Hace rato que venía ganando en mundiales y fue el amo y señor de las aguas en los últimos Juegos Parapanamericanos de Lima. Ganó cinco medallas, tres de ellas de oro, y siguió ampliando su enorme colección.
Pero ¿Quién es Alberto Abarza? ¿Cuál es la enfermedad que con el paso del tiempo lo dejará postrado?
Este brillante deportista nacional cada vez que recibe un premio o halagos por su carrera, no demora en asegurar que “la vida es otra cosa y que está en otra parte”.
Pero no siempre observó lo que le pasaba desde ese prisma. El hablar pausado y el ánimo relajado que muestra hoy contrastan brutalmente con la pena y la rabia que lo afligían cuando era un adolescente al que se le desmoronaba el mundo.
Hace más de 30 años, antes de convertirse en el mejor en lo que hace, el “Beto”, como le dicen sus cercanos, comenzó a mostrar los primeros síntomas del síndrome que lo ha dejado gran parte de su vida en silla de ruedas.
Charcot-Marie-Tooth se llama la enfermedad, la cual es degenerativa y va atrofiando poco a poco los músculos hasta dejar el cuerpo sin fuerzas y completamente postrado en una cama. En su adolescencia, por su condición física, Alberto lo pasó muy mal. “A los 15 años no hacía nada en todo el día. Dejé el colegio y no salí de mi casa por dos años. Pasé por una etapa de negación. No le veía el sentido a estudiar, si ni siquiera podía escribir”
“Estuve encerrado dos años y me vino un bajón. Creo que mis padres jugaron un rol fundamental al no encerrarme en una burbuja, me dijeron que las cosas me iban a costar, pero me dieron las herramientas para sobrellevarlo”, le comentaba a Emol hace algunos años.
En uno de esos días difíciles, su papá se le acercó como tantas otras veces. Le comenzó a hablar y escuchó atento.
“Me dijo ‘lo tuyo es como la historia de un pescador. Yo siempre voy a pescar por ti cuando tengas hambre, pero algún día yo no voy a estar y tú tendrás que aprender, o si no morirás de hambre’“, rememora.
Salió de su pieza oscura, quería recuperar tiempo. Volvió a estudiar, se puso a trabajar en el Banco BCI, empezó una relación y tuvo una hija, Becciée Saray, que hoy tiene diez años. Volvía a tener momentos de felicidad. Sin embargo, poco antes de que naciera la niña, Alberto Abarza estuvo cerca de morir. Si la conversación con su padre lo sacó de la depresión, ese hecho le hizo enfocarse en lo que de verdad era importante.
“Me dio un principio de paro, estuvieron muy bien los médicos que me salvaron. Estuve un mes hospitalizado, faltaban como tres semanas para que ella naciera. Ahí vienen las ganas de vivir de nuevo, de hacer cosas. Antes solo quería pasarlo bien, salía con amigos y no de una manera responsable”, afirma.
Cuando se acercaba a la treintena, un entrenador que trabajaba en la Teletón le recomendó hacer natación. Partió como una terapia y devino en un éxito rotundo. Compite en la categoría S3, para personas que pueden bracear, pero sin uso de piernas o tronco. En 2017 se convirtió en el número uno del mundo y en apenas dos mundiales ha ganado 10 medallas. Es exitoso, aunque esa palabra le hace ruido.
Cuando tenía 24 años le dijeron que pronto iba a quedar postrado. Ya ha pasado más una década (tiene 35) y la advertencia médica no se ha concretado. Sin embargo, Alberto Abarza sabe que el tiempo avanza implacable y no quiere vivir anhelando lo que no se ha hecho. Le gusta ir mucho a la playa y trata de viajar al menos una vez a la semana.
“Prefiero ser feliz que ser exitoso. Hay mucha gente que es exitosa y no es feliz. Tengo la fortuna de poder decir que soy feliz. Tengo una hija sanita y la disfruto mucho. Tengo mi novia, mis perros, no me hace falta nada. En el último tiempo he sentido el desgaste en mi cuerpo. Se nota en la respiración, que es lo más importante en el deporte que hago, y en las manos, ya no puedo escribir por ejemplo. Pero no tengo quejas, siento que le he ganado mucho tiempo a la vida“.
Las medallas son lindas, pero no son más que metales para el nadador. Su hija y su pareja son las que le colorean el mundo. A ellas trata de dedicarles todo ese tiempo que ha ganado.
“Mi hija me puede llamar a las diez de la noche y decirme: ‘papá, quiero ir al cine’. Y vamos. Es porque yo tengo que aprovechar el tiempo de ella, yo no sé cómo voy a estar mañana. El tiempo hay que disfrutarlo todos los días, no porque te vaya a pasar algo. Yo tengo la fortuna de que sé lo que me va a pasar, entonces trato de aprovecharlo ahora”, expresa.
Alberto Abarza hoy ha hecho historia para Chile…
Fuente: Emol.com