En la loma que se eleva cerca de la cancha de la Federación de Rugby, en el Parque Mahuida de La Reina, hay una pequeña cabaña de madera rodeada por árboles y pasto seco. En la entrada se ve una fila de zapatos con toperoles ordenados una tras otro. “¿Alguien ha visto la escoba?”, pregunta una voz al interior de la vivienda.
Allí viven Esteban Inostroza y Marco López, integrantes de Selknam, la franquicia nacional que juega el Súper Rugby Americas.
Inostroza tiene 29 años y lleva dos y medio en la cabaña. Mide un metro y ochenta y tres centímetros y pesa casi 130 kilos. Le dicen “Samu” por Samurái. Llegó tarde al rugby y por recomendación de un traumatólogo para aliviar malestares físicos. Dice que sus inicios fueron en el club Húsares entrenando en un anfiteatro de cemento. Antes vivía en Maipú. Junto a sus papás y su hermana. Se levantaba a las cuatro de la mañana y tenía que tomar dos micros para poder llegar al entrenamiento matutino de Selknam.
“Entrenaba en la mañana hasta como las nueve, diez. De ahí me iba a trabajar. Soy cocinero de profesión. Trabajaba en una empresa que hace granola en Providencia. Ahí estaba hasta como las ocho o nueve, volvíamos a entrenar de nuevo a la noche y salíamos a las once. A veces alcanzaba metro, a veces no. Llegaba como a la una a la casa. En comer un poco y acostarme me daban una y media o dos. A veces no alcanzaba a dormir”, le comenta a Emol.
La Federación le ofreció la opción de instalarse en la cabaña. Por ese entonces, la utilizaban como bodega. Estaba llena de botellas de agua desde la puerta principal hasta el fondo del living. Poco a poco la fue acomodando.
Inostroza ha tenido varios compañeros. López, de 21 años, está en la cabaña desde 2022. Es de Concón. “Me vine acá para no tener que viajar todos los días. Antes lo hacía con un compañero. Nos veníamos todos los días a las tres y media de la mañana, entrenábamos, estábamos todo el día acá y después nos devolvíamos a Viña. Era muy agotador”, afirma.
El sol se hace sentir con fuerza durante todo el día en la cabaña. Pusieron una malla verde en el frontis para apaciguar el calor y sobre una pequeña mesa hay un insecticida para espantar a las moscas.
Hay tres dormitorios, baño y una sala común. Por el interior de la vivienda se pasean varios gatos grises buscando comida. Hace años, “Samu” les dio alimento y nunca más se fueron. Mientras Inostroza habla, se escucha el balido de un chivo y el cacareo de gallinas. A escasos metros hay una medialuna de rodeo en la que habitan varios animales.
“No hemos tenido mayores asperezas los que vivimos acá, más de lo que puede traer estar viviendo en el cerro. De repente hay animales dando vuelta por la cabaña. De repente hay una que otra pelea porque quedó la ventana abierta y se metieron unos pollos o las moscas a la cabaña”, expresa el rugbista entre risas.
Inostroza sigue trabajando en la fábrica de granola. Lo llaman dependiendo de la cantidad de producción que necesiten. López, un gigante entusiasta y con brazos de hierro, está terminando su carrera de preparador físico. Su mente oscila entre Santiago y Concón. Hay un zumbido constante que nunca se va.
Dice que es de población y que en el barrio es fácil tentarse. El rugby fue una salida. Desde muy chico comenzó a trabajar. “Pololitos” en construcción, le pintaba las paredes a los vecinos. En algunas ocasiones en el Club Costa del Sol le regalaban zapatos para que pudiera jugar, pero en otras se los tenía que costear él. No le gustaba pedirle plata a su mamá.
“En mi casa es más lo que falta que lo que sobra. Yo soy el hombre de la casa. A mí me criaron mi mamá, mi abuela, mi tía. Desde chico empecé a trabajar, a tratar de ayudar. Ahora tengo mis dos hermanos más chicos también. Es difícil estar acá pendiente del rugby y tener a la familia lejos. De repente faltan ciertas cosas, falta plata para la cuenta. Se hace complicado. La familia te necesita. Siempre estás pendiente, la familia para uno es todo”, manifiesta.
Inostroza y López se organizan para limpiar el lugar día por miedo. Entra mucha tierra. La Federación les da desayuno, almuerzo y cena. Pero hay épocas en que la cocinería queda sola. Cuando eso pasa, organizan “vaquitas” para abastecerse.
A los dos los une un sueño. Inostroza ha sido nominado en varias oportunidades por los “Cóndores”, mientras que López se ha destacado en selecciones juveniles. Ambos dan la lucha para ganarse un cupo en el equipo chileno que este año por primera vez disputará un Mundial.
Cuando los rugbistas abren la puerta en la mañana, tienen vista panorámica de la cancha. El entrenamiento de Selknam comienza a las 7 a.m. Cuando ya no hay nadie, en la tarde, López e Inostroza se van al gimnasio o a trabajar con la máquina de scrum.
“Estás todo el día pensando acá en rugby. Nuestros compañeros están en su casa, con la familia, pueden salir. Nosotros no. Es difícil”, apunta López.
A “Marquitos” le duele la distancia, también a Inostroza. Pero le gusta observar la situación desde otro prisma. “Esto se trata de dejar una pequeña marca, que los cabros que vienen de más abajo se den cuenta que se puede. Yo partí bastante viejo jugando rugby. Se puede llegar, estar. No porque no estuvieron en colegio británico jugando desde primero básico no tienen opción de jugar en la selección”, declara.
Fuente: Emol.com