“Es el caso más maquiavélico con el que me he encontrado”, me dice desde España Alicia*, una abogada especializada en derecho penal.
“Era una pareja a la que había ayudado para que su separación fuese de mutuo acuerdo”, recuerda.
“Ella era una chica joven y muy preparada, que nunca logró superar la infidelidad de su pareja. A lo largo del proceso, me pude dar cuenta de que había desarrollado un odio atroz en contra de él“.
“Un día me llamó y me contó que él la había golpeado y que quería que la representara”.
Según le dijo, la paliza había ocurrido horas antes y la abogada se dirigió al juzgado donde se encontraba la mujer dando su testimonio.
Quedó impactada por el estado de la joven: tenía un collarín ortopédico, un codo dislocado, la cara casi desfigurada, un ojo cerrado con un hematoma.
“¡Qué barbaridad. Cómo te pudo haber hecho eso!”, le preguntó.
El hombre era interrogado en otro cuarto, al cual la abogada también tuvo acceso.
“Alicia, tú sabes que yo no pude haber hecho eso“, la interpeló.
“Eso me estremeció”, recuerda.
Pero lo que descubriría después, la perturbaría aún más.
El secreto
La mujer afirmaba que su excompañero había ido a la casa donde ella vivía y la había golpeado.
Después, aseguraba, él se fue y ella fue auxiliada por su mejor amiga y el novio de esta última.
En efecto, cámaras de circuito cerrado externas mostraban al hombre entrando en la casa de dos pisos y saliendo poco después.
De acuerdo al relato, la amiga y su novio se encontraban en el piso superior y cuando la clienta de Alicia bajó a abrir la puerta lo hizo sola.
La abogada recuerda que le contaron que al rato la amiga y su novio esucharon a la mujer gritar, bajaron para ver qué pasaba, la encontraron golpeada y se fueron los tres al hospital.
El personal médico activó el protocolo en ese tipo de casos y le avisó a la policía.
Tras ser dada de alta, fue derivada a un juzgado, donde presentó la denuncia.
La policía arrestó inmediatamente a su expareja y una orden de alejamiento fue emitida.
Pero había algo que no terminaba de convencer a Alicia, quien ha ejercido el derecho por más de una década.
Su sospecha no se basaba únicamente en lo que le dijo el acusado y en su experiencia con él durante el proceso de separación.
“Es que llegar a ese nivel de agresividad no era lógico”, me dice.
Tenía que haber algo más.
Intuía que la amiga de la denunciante escondía algo.
Y no se equivocaba. Cuando salían del juzgado, la joven no aguantó y le contó el secreto.
“Me confesó que mi clienta le había pedido a ella y a su novio que la golpearan”.
“Lo hicimos nosotros. Nos costó muchísimo pegarle. ¡Imagínate, es mi amiga!’, me dijo”.
La abogada decidió retirarse del caso.
“Le dije a mi clienta que no podía colaborar con que una persona inocente fuese enviada a prisión (…) y le aconsejé que desistiera de continuar con la denuncia“.
La mujer entendió su decisión, pero no siguió su consejo y el caso pasó a manos del ministerio fiscal.
“Hasta el último minuto ella aseguró que él la había golpeado. Nunca paró, lo quería ver en prisión”.
Y lo logró.
El hombre fue condenado y enviado a la cárcel.
La amiga fue llamada a declarar, pero no lo hizo argumentando que “no había visto nada”.
“Su novio sostuvo lo mismo”.
Lo que realmente pasó
La abogada me cuenta que el día de la agresión, el supuesto autor llegó a la casa de su expareja a buscar al hijo de ambos, como habían acordado.
“Para llegar a la puerta del dúplex había unas escaleras”, prosigue.
“Cuando él llegó, ella le gritó que no subiera porque no le iba a dar al niño, que se fuera (…) Estuvieron discutiendo así varios minutos, ella arriba y él abajo, con las escaleras de por medio”.
“No te vas a llevar al niño, le dijo, y le cerró la puerta” y “para evitar problemas él decidió irse”. Pero la alcanzó a ver muy velozmente y en buen estado.
“Ella había calculado todo al milímetro”, indica la profesional.
Después vendría la golpiza y sus amigos la llevarían al hospital.
El niño, señala Alicia, no vio lo que sucedió. Aunque se encontraba en la casa, estaba totalmente aislado.
Posteriormente, otra amiga fue a hacerse cargo de él.
Cuando le pregunté si había intentado decirle a la fiscalía lo que le había confesado la amiga, me dijo que no podía.
“(Como abogada) Tengo el deber de confidencialidad con un cliente y no puedo decir lo que una persona me ha confiado (en secreto) en el ejercicio de mi profesión”, me explicó.
“Lo más ético era retirarme y aconsejarle a la mujer que dijera la verdad”.
Cuando el hombre salió de prisión (después de aproximadamente seis meses), gran parte de su mundo se había desvanecido y decidió irse del país.
Extremadamente inusuales
Al hablar de denuncias falsas de violencia doméstica, expertos y policías de diferentes países consultados por BBC Mundo son enfáticos: son excepciones, extremadamente inusuales y en términos numéricos son ínfimas, sobre todo si se comparan con los casos reales que afectan a miles y miles de mujeres -y en mucho menor grado a hombres- en todo el mundo. Casi siempre los afectados son hombres.
En España**, el país en que se centra este artículo, en 2017 se interpusieron 166.260 denuncias de violencia de género y se iniciaron 23 causas por denuncia falsa. Y como puede verse en la tabla de abajo, en 2012 -que fue un año récord- se registraron 17 acusaciones falsas de un total de 128.543. Apenas un 0,013%.
Pero aunque sean excepcionales, existen, y pueden tener consecuencias devastadoras tanto para los acusados como para las víctimas de abusos reales.
“Son denuncias peligrosas porque buscan corromper un sistema que fue diseñado para proteger a las víctimas y castigar a los maltratadores y no para ser usado con otros fines”, indica desde Madrid, la psicóloga clínica Paula Ronco Cardoso.
Ronco reconoce que los casos que ha conocido “son excepciones muy puntuales”, que se han dado en el marco de un divorcio o cuando hay la intención de iniciar uno.
En ese proceso, advierte, “se despiertan muchas emociones” y a veces se desata una “competencia salvaje”.
“El ‘te voy a ganar’, ‘te voy a quitar todo lo que tienes (incluyendo los hijos)’, (…) ‘haré todo lo necesario y más para arruinarte la vida’ son sentimientos de venganza que aparecen para amortiguar el trauma, los sentimientos de frustración” porque la relación no funcionó.
“Las personas que crean este tipo de denuncias, tanto mujeres como hombres, están cegadas. Lo que están buscando es ‘destruir’ a la otra persona. No son conscientes de lo que significa esta denuncia falsa”, que en muchos países, incluyendo España, está tipificado como delito.
“¡Vengan cuanto antes por favor!”
Cuando Pablo* le dijo a Estefanía* que había decidido romper con su relación y que se iba de la casa, ella reaccionó con ira.
Empezó a tirar los libros, los adornos de la casa, las lámparas, las fotos, los cuadros, los muebles.
“Mientras tanto su esposo hacía la maleta”, me cuenta la abogada española Helena Echeverri, quien tiene 22 años de experiencia en derecho penal y familiar y ha ejercido como profesora universitaria de Derecho en España.
Estefanía llamó a la policía: “¡Vengan corriendo, rápido, mi marido me está agrediendo! ¡Vengan cuanto antes por favor!”
Cuando llegaron los uniformados, relata Echeverri, la mujer abrió la puerta y les dijo: “¡Miren todo lo que ha hecho!”
Pablo tenía otra versión: “Agente: antes de que me detenga quiero que sepa que lo tengo todo grabado. Aquí está la grabación para que la vea. Ya se la mandé a mi abogada”.
Tras verla, “el agente indicó que no lo iba a arrestar y que, de hecho, la podían detener a ella”.
Pero Pablo “no quiso denunciarla”, según afirma la abogada,
“No quería perjudicar a la madre de sus hijos para evitarles un sufrimiento”.
“Si él no hubiese grabado (en secreto) lo que pasó, su detención hubiese sido inminente”, indica Echeverri, que además de colega de Pablo era su amiga y conocía a la pareja.
“Me impactó muchísimo porque nunca me lo pude imaginar de ella”.
“Sabes cuando a veces dicen: ‘Es increíble. ¡Cómo ese hombre pudo haber sido un maltratador con su mujer o con sus hijos si parecía ser muy buena persona’. Yo tampoco me pude imaginar nunca que una mujer tan dulce y aparentemente tan sensata y equilibrada como ella podría llegar a esos extremos“.
El maltratador latino
Determinar cuándo una denuncia es falsa y cuándo es real es un asunto muy complejo, entre otras cosas porque los casos de violencia contra la mujer suelen ocurrir en entornos privados y no siempre se cuenta con evidencia física o con testigos, lo que hace que sea difícil determinar lo que realmente pasó.
Además, muchas veces, la agresión es psicológica, verbal o emocional y no deja huellas en el cuerpo.
Tras décadas de violencia contra la mujer y feminicidios en todo el mundo, los sistemas policiales y judiciales de decenas de países han adoptado mecanismos legales para proteger a las denunciantes inmediatamente después de que hacen la denuncia.
Eso ha salvado miles de vidas, no sólo de mujeres sino de niños.
Pero algunos juristas cuestionan el peso que, en algunos casos, se le da a la palabra de la mujer cuando hace la denuncia y advierten de que puede afectar la presunción de inocencia del hombre acusado.
En una época en que muchas mujeres denuncian la violencia por parte de sus parejas o exparejas y hay un importante activismo para combatir los feminicidios a través de movimientos como Ni Una Menos o Vivas Nos Queremos, y otras han logrado visibilizar el acoso masculino con la campaña “Me Too” (Yo También), la credibilidad de alguien señalado como maltratador puede llegar a ser casi nula.
El caso que me cuenta Lucía* ilustra esa controversia.
“Mi hermana denunció a su esposo por malos tratos, pero en casa todos sabíamos que era mentira y así se lo hicimos saber a la policía. Ella siempre ha sido una persona muy agresiva, hizo de mi infancia un calvario. Yo la había visto tratar a mi cuñado, le llamaba cosas horribles. Sabía que a algunas de sus exparejas las había agredido físicamente”, confiesa.
“Mi madre le suplicó al comisario que lo dejara en libertad y finalmente lo liberaron, pero le pidieron que no volviera a la casa donde vivían juntos”.
Cuando Lucía, quien se encontraba en otra ciudad, le pidió a una amiga que lo acogiera por una noche, su respuesta la decepcionó.
“En cuanto mencioné la palabra ‘denuncia por malos tratos’ nadie quiso acogerle. Daba igual cuanto insistiera yo en que la denuncia era falsa, nadie lo creía. Se trataba de una ciudad pequeña y pronto empezaron a llegarme rumores de que mi cuñado tenía un apodo: ‘el maltratador latino'”.
“Mi hermana, en cambio, fue a una asociación de mujeres que la apoyó incondicionalmente, dieron por buena su versión sin ninguna reserva. Pero la víctima era él, primero de sus humillaciones, después del escarnio público, después en varios juicios. Hasta tenía lesiones infligidas por ella”.
“Mucha gente se metió a defender que ella se quedara con la custodia total de mi sobrino, que entonces era un bebé, y que al padre debían negarle la residencia en España y privarle de ver a su hijo”.
“No se daban cuenta de que en lugar de proteger al niño lo estaban condenando a estar con una persona desequilibrada y agresiva”.
Tras la intervención de los servicios sociales, un juez decidió darle la custodia del pequeño al padre porque “se observaron serias deficiencias en el cuidado del niño cuando la madre estaba a su cargo, y lo contrario cuando el niño era cuidado por el padre”.
Gracias a un régimen de visitas, hoy ella puede ver al menor.
“Está perdido”
Hace cinco años, la abogada española Yobana Carril tomó una decisión: dejar el derecho mercantil y dedicarse al penal.
Y dio un paso más: representar exclusivamente a hombres.
El giro lo tomó después de lo que vivió en una audiencia.
Una colega le había pedido que la sustituyera en un caso de violencia de género.
Cuando Carril le dijo que no tenía experiencia en procedimientos de ese tipo, le respondió: “No importa porque yo represento al hombre, con lo cual (el caso) está perdido”.
“Eso me llamó poderosamente la atención”, me cuenta. Aun así asumió el reto. Se trataba de una mujer que decía que su marido le pegaba a ella y a su hijo.
“Me imaginé que era un niño pequeño o un preadolescente. Pero el hijo resultó ser un señor, muy robusto, de unos 40 años (…) y el cliente, un señor de unos 70 años con la camisa ensangrentada por un puñetazo que le había dado su hijo”.
“Sin ninguna prueba, más allá de la palabra de su mujer, todas las preguntas de la fiscalía y de la jueza iban encaminadas a que el señor era considerado culpable. No se buscaba la verdad, sino su culpabilidad”.
“Por parte del ministerio público lo entendía, ese es su trabajo, pero por parte de la jueza, no”, evoca.
“Cuando terminamos, la jueza me dijo off the record que lo condenaría. Le pregunté: ‘¿Pero sobre la base de qué?’ Y me respondió: ‘Es que estas cosas de violencia de género son un problema. Si acaso, recurra a la Audiencia Provincial que allí son tres magistrados y la responsabilidad se diluye’. No daba crédito de lo que oía y veía”.
Amenazas
El bufete que fundó y dirige Carril “se ha especializado en la defensa de hombres maltratados por la Ley, de falsas víctimas de la llamada violencia de género, de padres maltratados por sus hijos, en definitiva, de aquellas personas que han visto atropellados sus derechos por razón de su género”, indica su sitio web.
Y aunque reconoce que hay muchos jueces que buscan la verdad en los casos de violencia de género, cree que hay otros que no se sienten tan libres por la presión social que existe en ese ámbito.
“Algunas feministas radicales, a título personal y a través de algunas asociaciones, me han insultado, me han llegado a amenazar, y no sólo a mí, sino a mi hijatambién”.
“A veces nos olvidamos de que las personas que han sido falsamente acusadas tendrán nuevas parejas, tienen madres, hermanas, que también se ven afectadas (por los procesos que se les abren)”.
De acuerdo con la abogada, las estadísticas oficiales arrojan una cifra tan baja de denuncias falsas porque muy pocos hombres deciden iniciar un procedimientoy, de hacerlo, duran años en resolverse.
“Los hombres cuando salen absueltos se han gastado un montón de dinero en defenderse, energía, tiempo. Hay personas que han pasado hasta 3 o 4 años en juicio”.
BBC Mundo intentó entrevistar a mujeres que hubiesen interpuesto una denuncia falsa de violencia de género. Pero no fue posible, no es algo que quieran admitir ni siquiera de forma anónima, no sólo por las implicaciones legales sino por el impacto en su credibilidad dentro de su círculo íntimo.
Hay casos, advierten algunos expertos, en los que las denunciantes fueron víctimas de violencia doméstica en su infancia o fueron testigos de los maltratos sufridos por sus madres a manos de sus padres y perciben en su situación actual que también están siendo víctimas de sus parejas, aunque se trate de una proyección subjetiva, no de la realidad. A eso se pueden sumar cuadros depresivos y de inestabilidad emocional que pueden afectar su comportamiento.
“Me lo han reconocido”
La española Carmen Santisteban, especialista en derecho penal y violencia de género, tiene 12 años de experiencia.
Como abogada de oficio y del sector privado, ha llevado unos 500 casos de violencia doméstica y ha conseguido muchas sentencias condenatorias contra maltratadores.
Pero también ha conocido a mujeres que falsamente han denunciado a sus compañeros y “me lo han reconocido”.
“Recuerdo el caso de una señora que acusó a su pareja de haberle cortado las venas con un cuchillo de sierra. Con el forense pudimos demostrar que era imposible hacer el corte con un cuchillo de esas características y de la forma que ella aseguraba que había sucedido. Era un corte limpio, recto, fino. Conseguimos que lo absolvieran”.
“También nos sucedió con una mujer que dijo que su pareja le había mordido el brazo, descubrimos que por el arco dental no había sido él sino ella misma”.
Las ramificaciones
Las consecuencias de una denuncia falsa de violencia de pareja pueden llegar a ser devastadoras para la persona acusada.”En esta sociedad lo primero que hacemos es etiquetar y prejuzgar y en cuanto el entorno familiar y social te señalan como maltratador, te apartan de la sociedad, y si no lo eres, no deberías tener esa lacra”, asegura Paula Ronco Cardoso.
Echeverri coincide que sus ramificaciones se extienden más allá de lo personal y lo familiar y alcanzan lo social y laboral.
Para ella, “el problema es que esas denuncias están quitando recursos que deben destinarse a ayudar a las mujeres que de verdad han sido y son maltratadas”.
“Se puede (correr el riesgo de) empezar a poner en duda lo que dice la víctima”, indica Ronco Cardoso.
“Pueden decir: ‘A lo mejor no es para tanto’. Pero cuando la víctima es real, claro que es para tanto y para muchísimo más”.
La sola duda puede llegar a tener un desenlace trágico.
El caso de Karen* y Manuel*
En mayo de 2007, Karen denunció en una comisaría de Madrid a su esposo, Manuel, por malos tratos físicos y psíquicos.
La mujer presentó el parte médico emitido por un facultativo en el que se dejaba constancia de la presencia de hematomas en brazos, glúteos y la región dorsal.
Afirmó, “con ánimo de faltar a la verdad“, que “dichas lesiones se las había causado su entonces esposo”, semanas antes.
La denuncia siguió su curso en un juzgado de violencia contra la mujer y se implementaron las medidas de seguridad y prevención correspondientes: prohibirle al acusado comunicarse o acercarse a la denunciante.
En 2011, un juzgado de lo penal dictó una sentencia en la que se absolvía a Manuel de los delitos que se le imputaban: “violencia psíquica habitual y maltrato en el ámbito familiar”.
Una vez absuelto, Manuel acusó a Karen y al padre de ella (testigo del caso) del delito de falso testimonio y a ella de estafa procesal y denuncia falsa.
En 2017, la Audiencia (un tipo de tribunal competente) los absolvió de los delitos de falso testimonio y estafa procesal.
Sin embargo, condenó a Karen “como autora responsable de un delito de denuncia falsa (…) a la pena de doce meses de multa, a razón de 12 euros de cuota diaria, con una responsabilidad personal subsidiaria de un día de privación de libertad por cada dos cuotas o fracción impagadas y al pago de una cuarta parte de los costos procesales”.
Manuel, al no estar conforme con esa sentencia, llevó el caso al Tribunal Supremo de Justicia y pidió que se revisara la absolución de los otros delitos (falso testimonio y estafa procesal).
En 2018, esa instancia condenó a Karen “como autora del delito de falso testimonio” a 1 año y 6 meses de prisión y multa de 9 meses con cuota diaria de 12 euros y confirmó su absolución por el delito de estafa procesal.
El Tribunal Supremo entendió que, en este caso, el delito de falso testimonio operaba como una continuación del delito inicial de denuncia falsa y, por lo tanto, sí admitía agravar la condena inicial.
(El delito de falso testimonio acarrea penas más graves que las de la denuncia falsa).
Resumen de la sentencia sobre el caso del Tribunal Supremo de Justicia de España, 2018
*Los nombres fueron cambiados para proteger las identidades de las entrevistadasy de las personas involucradas en la sentencia.
**Es importante constatar que en España, el país en que se centra este artículo, la ley distingue entre violencia doméstica y de género. La primera se produce dentro del hogar y la puede sufrir cualquier miembro de la familia (hijos, hermanos, padres, esposos, abuelos); la segundase refiere a las mujeres que son víctimas de sus parejas (independientemente de si viven juntos) o de sus exparejas.
+Editora: Carolina Robino.
Fuente BBC.MUNDO