Por Gisella Malatesta Haug, académica carrera de Fonoaudiología, UNAB Viña del Mar.
Nos encontramos en la era de la tecnología y las pantallas han venido a ocupar un espacio muy relevante en la vida de las personas: nos entretienen, nos comunican, nos permiten visualizar la organización de un día o de una jornada laboral. Como adultos, nuestra madurez cognitiva nos permite regularnos respecto a su uso, pero ¿qué pasa con los niños, sobre todo los más pequeños, cuyo cerebro aún está en desarrollo? La Organización Mundial de la Salud recomienda que los niños menores de dos años no se expongan a pantallas, mientras que entre los dos y cuatro años, se sugiere un límite de una hora diaria como máximo. Sin embargo, el ritmo de vida y las altas cargas de trabajo muchas veces sobrepasan los tiempos disponibles para el cuidado y la entretención de los hijos y las pantallas vienen al “rescate”. Y no hablamos solo de la televisión, sino también de teléfonos celulares y tablets. ¿Cuáles son los riesgos que esto implica? ¿Será que las pantallas ocasionan retrasos en el desarrollo del lenguaje o trastornos de conducta? Establecer una relación entre exposición a pantallas y trastornos en distintos ámbitos del neurodesarrollo es ambicioso y complejo. No obstante, sÍ es posible identificar los riesgos que implica. Es aquí donde la “tecnoferencia” surge con un impacto impensado. Entendemos por tecnoferencia como la interferencia de la comunicación fluida cuando una persona (niño o adulto) toman más atención a un producto tecnológico con pantalla y dejan de prestar atención al entorno y personas en el (Cox, 2020). En otras palabras, no es solo la pantalla; es un quiebre en la interacción que nos hacer perder oportunidad de interactuar y tal como ves, no se trata solamente de un niño inmerso en una pantalla, sino también de un adulto. Cuando un adulto presta más atención al teléfono, se interfiere el contacto que les permite interactuar e intercambiar turnos balanceados con el niño que se encuentra a su cuidado. Si esta se convierte en una actitud constante en el tiempo, pone en riesgo valiosas oportunidades de conversar, aspecto crucial para que se desarrolle el lenguaje.
Un estudio que reporta cómo cursó el desarrollo del lenguaje de niños menores de tres años durante la pandemia, identifica compromisos en el crecimiento del vocabulario, los cuales se vinculan con los cambios experimentados en las rutinas de lectura compartida versus exposición a pantalla; disminuyeron las oportunidades para compartir un libro y aumentaron los tiempos de televisión y celular (Fung y cols., 2023). Otro estudio desarrollado por Katherine Hanson y un grupo de investigadores en el Centro del Desarrollo de la Educación, en Estados Unidos, corroboró que las interacciones entre un padre o madre y su hijo, que están mediadas por un libro, superan ampliamente el estímulo lingüístico en comparación a compartir un momento de televisión juntos. Al examinar las conversaciones entre los cuidadores y sus hijos de entre 15 y 30 meses de edad, identificaron que hablar sobre lo que se ve en la televisión no logra tener la misma alternancia de turnos, complejidad discursiva ni aprendizaje de palabras que cuando se comparte una lectura. Por otro lado, una investigación publicada por Martinot y sus colaboradores el año 2021, reveló que tener la televisión siempre encendida en las comidas familiares se asoció consistentemente con puntuaciones más bajas en lenguaje, siendo más sensible a los 2 años de edad. Finalmente, una reciente publicación en marzo de este año en Australia examina el tiempo frente a la pantalla y conversación entre padres e hijos cuando los niños tienen entre 12 y 36 meses (Brushe y cols., 2024). La doctora Brushe y su equipo confirmaron los efectos de la tecnoferencia: un niño pierde la oportunidad de escuchar hasta casi 400 palabras de parte de un adulto y de completar 70 intercambiosconversacionalesbalanceados, por hora.
En consecuencia, la disminución de las interacciones significativas puede conducir a una baja en la calidad del ambiente lingüístico donde se desarrolla el niño, afectando, por consiguiente, el desarrollo de su lenguaje. Si bien, esto no es concluyente para establecer que se producirá un trastorno en este ámbito, si se visualiza una desventaja en las oportunidades que tienen los niños de prosperar utilizando sus recursos lingüísticos. Sin afán de ser prohibitivos y entendiendo que las dinámicas dentro del hogar se pueden volver complejas en términos de tiempo, ¿qué podemos hacer? La propuesta es disminuir lo más posible la exposición a pantallas y suplir esos tiempos con una buena conversación en torno a las oportunidades de juego, lectura compartida y exploración al aire libre, para fortalecer el conocimiento de palabras y fomentar la interacción.