Las universidades nacen en Europa entre los siglos XI y XII, centradas en los estudios del derecho, la filosofía y la teología. Son, sin dudarlo, una de las más importantes creaciones de la humanidad, y si bien sus propósitos, objetivos y énfasis han ido variando con el contexto histórico, su concepción original sigue siendo la misma, constituir una comunidad de maestros y aprendices, donde los unos están dispuestos a enseñar y los otros a aprender.
La universidad Napoleónica entendió que la enseñanza debía ser una función del Estado destinada a formar ciudadanos que aportaran a la sociedad desde una perspectiva principalmente profesionalizante. La universidad Humboldtiana, concibió que su función no bastaba únicamente con la transmisión del conocimiento, si no la creación de este, constituyéndose con un marcado énfasis científico, el profesor o maestro ya no es alguien de paso por las aulas, si no que se radica en la universidad para el desarrollo de una carrera académica.
En la actualidad, la universidad forma a los futuros profesionales, pero también transmite saber y cultura, para lo cual, antes de esa transmisión, debe ser capaz de generar conocimiento. Al menos ese es el modelo, si se quiere mixto de universidad, por el que ha optado nuestro país.
Siguiendo la premisa anterior, si entendemos que la universidad no sólo forma profesionales a través del ejercicio de la función docente, sino que también crea conocimiento para luego transmitirlo, a través de la investigación y de la innovación, requiere marcos regulatorios claros y también flexibles, pero por sobre todo necesita recursos o al menos las condiciones para generarlos y obtenerlos, no porque sea importante para su sustento y desarrollo, sino, además, porque es importante para el país.
Por: Dr. Emilio Oñate Vera, Vicerrector Académico U.Central