Para comprender el daño que puede provocar en el cuerpo humano, en primer lugar se debe medir la cantidad de energía de la radiación que es absorbida por el cuerpo (dosis absorbida).
Ningún adelanto tecnológico ha tenido un crecimiento de uso tan veloz como la telefonía móvil en los últimos 25 años. Con la consiguiente exposición a campos electromagnéticos de radiofrecuencia (RF) y de extremadamente baja frecuencia (ELF). Para colmo, el confinamiento asociado a la pandemia por covid-19 ha aumentado las horas de exposición a dispositivos multimedia y móviles tanto en adultos como en menores.
La cuestión es que la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) clasificó en 2011 las RF emitidas por la telefonía móvil como posible agente cancerígeno, en base a que existe evidencia limitada de carcinogénesis en humanos y sin llegar a ser suficiente en estudios de experimentación animal. ¿Hasta qué punto podemos entonces estar tranquilos viendo a nuestros hijos utilizar el móvil?
¿A qué tipo de radiación me expongo cuando uso el teléfono móvil?
En biomedicina, las radiaciones se dividen en dos grandes tipos según la energía que son capaces de transmitir: ionizantes y no ionizantes.
La asociación causal entre exposición a radiación electromagnética ionizante (rayos X, por ejemplo) y cáncer está ampliamente descrita y aceptada. Cabe destacar que los límites de exposición aceptados a radiaciones ionizantes para las personas se han bajado en varias ocasiones a lo largo del pasado siglo, según se iba acumulando evidencia sobre sus efectos.
Sin embargo, la radiación de los teléfonos móviles es no ionizante y está en el rango de las radiofrecuencias que se usan principalmente para aplicaciones en telecomunicaciones, como teléfonos móviles, en televisiones y radio. Al utilizar el teléfono móvil, también nos exponemos a campos electromagnéticos de extremadamente baja frecuencia.
¿Cómo se cuantifica la exposición a radiofrecuencias por la telefonía móvil?
Para comprender el daño que puede provocar en el cuerpo humano, en primer lugar se debe medir la cantidad de energía de la radiación que es absorbida por el cuerpo (dosis absorbida). Pero, si bien las medidas de la dosis absorbida son el punto de partida para determinar los posibles daños de la radiación, el interés no es tanto la energía total depositada como el efecto que esta energía produce en las células vivas, que puede ser diferente según el tejido.
La dosis de energía absorbida en el caso del uso de teléfono móvil se calcula usando una medida llamada tasa de absorción específica (SAR), es decir, la cantidad de energía de RF absorbida por los tejidos, la cual se expresa en vatios por kilogramo del peso corporal.
No hay relación causal entre el uso del móvil y los tumores cerebrales
En el estudio internacional MOBI-Kids hemos analizado la relación entre el uso de teléfonos móviles y fijos inalámbricos y el riesgo de sufrir tumores cerebrales en 900 jóvenes (emparejados por sexo, edad y región con 1 900 controles, es decir, participantes sin la enfermedad de interés, que en nuestro estudio fueron jóvenes con apendicitis) de 14 países diferentes, bajo la coordinación del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).
Se escogió el cerebro porque es la parte del cuerpo más expuesta a radiaciones al utilizar el móvil, y los niños y jóvenes podrían presentar una mayor susceptibilidad.
La distancia del móvil al cerebro durante las llamadas es relevante para calcular con precisión la exposición a RF y ELF. Por eso, el estudio validó la información referida por los participantes con los registros de las operadoras de telefonía. También recogió información relevante para estimar la dosis absorbida en base al tipo de dispositivo, el modelo del dispositivo móvil para ubicar la antena, el lado de la cabeza con el que se hablaba, el uso del teléfono, la tecnología y bandas de uso del proveedor, etc.
A pesar de ser el estudio más grande hasta la fecha, la investigación no ha hallado una asociación causal entre los tumores cerebrales y el uso de estos teléfonos a lo largo de la vida.
Los resultados son consistentes con el conocimiento actual, ya que en estos momentos no hay evidencia científica concluyente de que los niveles de radiaciones emitidos por los teléfonos móviles aumenten el riesgo de cáncer cerebral. Los estudios de investigación con animales de experimentación tampoco ofrecen resultados consistentes para identificar un mecanismo de acción claro.
Es lógico estar alerta
Cada vez que en la sociedad se introduce una exposición nueva y masiva a alguna sustancia, o a una radiación en este caso, los registros de enfermedades están atentos a cambios bruscos en sus datos de incidencia.
Por ejemplo, en el siglo XX se observó una correlación muy clara entre el aumento de la frecuencia del tabaquismo y el aumento de la frecuencia del cáncer de pulmón separados por 10 años de latencia. Sin embargo, a pesar de que el número de usuarios de teléfonos móviles y la duración de las llamadas han aumentado exponencialmente en los últimos 20 años, no se han observado grandes cambios en la incidencia de tumores cerebrales en general.
Las ventajas que ofrece el uso del teléfono móvil hacen difícil en la sociedad actual recomendar no tener uno. Cabe resaltar que la tecnología actual de 3G, 4G o 5G emite mucho menos RF que las tecnologías anteriores. Además, los móviles y otros dispositivos de comunicación móvil se usan cada vez menos pegados al oído, por lo que los niveles de exposición, tanto al cerebro como a otros tejidos han bajado mucho.
A esto se suma que estos dispositivos se usan muchas horas como pantalla, en modo datos, para usar redes sociales, mandar mensajes y hacer streaming. Eso reduce muchísimo la exposición comparado con las llamadas en las que hablamos (y mandamos información) buena parte del tiempo. No hay que olvidar que los dispositivos emiten RF en el momento en que se manda información, no cuando se recibe.
Aún así, la clasificación de la IARC de las RF emitidas por la telefonía móvil como “posible cancerígeno” se puede interpretar como una sospecha fundada de que puede que provoque cáncer, aunque de momento no haya pruebas.
Aquellas personas que quieran reducir los riesgos a mínimos pueden reservar el uso de los teléfonos móviles para las conversaciones más cortas, o sólo para momentos en que un teléfono fijo no está disponible. También se puede utilizar una terminal con función manos libres, o recurrir a auriculares alámbricos o inalámbricos, para alejar el teléfono de la cabeza del usuario y así disminuir la exposición a radiaciones procedentes del teléfono móvil. Y finalmente se puede priorizar enviar mensajes en lugar de hacer llamadas.
El uso creciente y generalizado de los dispositivos móviles y el descubrimiento y desarrollo de nuevas tecnologías en el futuro hacen necesario respetar el principio de precaución, promover el uso racional y seguro de los dispositivos móviles y mantenernos atentos e investigando.
Juan Alguacil Ojeda, Catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universidad de Huelva; Elisabeth Cardis, Profesora de Investigación en Epidemiología de la Radiación en ISGlobal, Barcelona Institute for Global Health (ISGlobal); Gemma Castaño-Vinyals, , Barcelona Institute for Global Health (ISGlobal); Maria Manuela Morales Suarez-Varela, Catedrática en el área de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universitat de València y Nuria Aragonés Sanz, Responsable del Servicio de Vigilancia y Registro de Cáncer de la Comunidad de Madrid, Servicio Madrileño de Salud
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Fuente: T13