El sismo más grande registrado en la historia de la humanidad, con una magnitud de momento de 9,5, duración aproximada de 14 minutos y epicentro en Traiguén, en la región de la Araucanía, ocurrió el domingo 22 de mayo, a las 15:11 horas, y la historia le recuerda como el “terremoto de Valdivia”.
Su zona de ruptura se extendió por más de mil kilómetros, produciendo un violento tsunami que afectó a toda la cuenca del Pacífico y que en Chile tuvo efectos devastadores, desde la península de Arauco hasta Taitao, dejando un número aproximado de 2 mil víctimas fatales.
60 años después, un grupo de ingenieros, arquitectos y oceanógrafos liderado por Patricio Winckler, académico de la Escuela de Ingeniería Civil Oceánica de la Universidad de Valparaíso, trabaja en descifrar las principales lecciones que dejó el evento y establecer las áreas que podrían correr riesgo a futuro.
Durante la década de 1960, el japonés Hiroo Kanamori, los estadounidenses Plafker y Savage e incluso Hellmuth Sievers, considerado el primer oceanógrafo chileno y profesor emérito del plantel porteño, realizaron esfuerzos por estudiar el terremoto y posterior tsunami.
No obstante, “en ese tiempo la red sismológica era precaria y solo se obtuvieron seis registros del tsunami en estaciones ubicadas al norte de la zona afectada. Tampoco se contaba con GPS, satélites, modelos computacionales o protocolos de levantamiento que hoy permiten tener una radiografía detallada de los tsunamis en solo semanas”, señaló Winckler a través de un comunicado.
Así, desde 2016 que Winckler lidera una investigación que ha tenido como foco un grupo de sobrevivientes que aún habitan las costas entre Puerto Saavedra y Chiloé.
“Son octogenarios que han heredado el testimonio a sus nietos como fotos de un Chile precario. Entrevistamos a 31 de ellos, porque ahí está la clave para reconstruir cómo fue el tsunami y terremoto de 1960”, explicó el especialista.
“En nuestro trabajo científico buscamos datos como el tiempo de arribo y el número de olas, la máxima inundación o los efectos sobre el territorio. Todo ello con el ánimo de entender cómo se movió el continente y de esa manera inferir qué lugares pueden ser propensos a futuros eventos“, detalló.
“Hemos aprendido que desde la hidráulica y la geofísica explicaremos una fracción marginal de la realidad de esos tiempos y hemos descubierto, también, que los abundantes relatos de Puerto Saavedra, Valdivia o Maullín son solo una muestra de una historia mucho más compleja”, agregó Winckler, quien también es investigador asociado del Centro de Observación Marino para estudios de Riesgos del Ambiente Costero (Costar) de la misma casa de estudios.
Entre las conclusiones preliminares del estudio, trabajo que posteriormente se transformará en un libro científico y en un documental, el académico señaló que pudieron comprobar que el tsunami no llegó de la misma forma y al mismo tiempo a todas las costas de Chile, y que eso dependió de la configuración local de cada costa.
“La respuesta del tsunami en diferentes tipos de zonas es muy variable, depende si es una bahía, un acantilado o una desembocadura, donde los tsunamis entran con fuerza, como ocurrió en Valdivia”, sostuvo.
Recomendaciones
En cuanto a las recomendaciones que se pueden extrapolar, el académico aseguró que este tipo de tsunami es tan grande “que la forma de mitigar su impacto es a través del ordenamiento territorial”.
Es decir, la forma en la cual nos asentamos en el territorio costero, con foco en las ciudades que ya están en zonas de riesgo y “que deben tener medidas de adaptación o mitigación muy específicas”.
“Es vital considerar los riesgos costeros al momento de planificar el crecimiento de las ciudades. Por eso estamos promoviendo una Ley de Costas que ponga mayores restricciones que las actuales para las zonas de expansión urbana, donde se considere que la costa es una zona de interacción con sus propias dinámicas y propiedades de amortiguación que no se pueden obviar”, adelantó.
A modo de resumen, Winckler concluyó que como respuesta inmediata al evento se requiere educar a la población y contar con sistemas de alerta, aunque no se deben olvidar las medidas orientadas a la gestión territorial, las que deben incorporar instrumentos de planificación.
Allí, “donde los planes reguladores comunales deberían considerar zonas de riesgo para que las municipalidades puedan poner restricciones de uso e infraestructura como defensas costeras o verdes, usando como modelo conceptual el cruce de la amenaza con la exposición, ambos vinculados a la vulnerabilidad”, finalizó.
Fuente: Biobiochile.cl