30 de enero de 1969. Era una gélida tarde de invierno, pero ni el viento ni el frío impidieron que cuatro chicos de Liverpool dominaran el mundo desde una azotea del centro de Londres. 42 minutos bastaron para dejar su impronta en la historia y ofrecer el que sería el último concierto de The Beatles antes de su disolución en abril del año siguiente.
George Harrison, John Lennon, Paul McCartney y Ringo Starr se subieron al quinto piso del edificio de Apple Corps, afinaron sus instrumentos, probaron sonido y antes de que los presentes pudieran darse cuenta comenzaron los acordes de la primera canción de la tarde. Les acompañaba a los teclados la leyenda del soul estadounidense Billy Preston.
El invierno londinense azotó a aquellos músicos. Lennon llegó a decir que no sentía varios de sus dedos y tanto él como Ringo tuvieron que pedir prendas de abrigo a sus respectivas parejas. Icónica ya es la imagen de John con el abrigo de piel de Yoko Ono y al baterista de la formación con el chaleco rojo de Maureen Starkey.
El setlist quedaría inaugurado con tres tomas diferentes de Get Back, dos al principio y otra al final. Entremedias, The Beatles interpretaron Don’t Let Me Down, I’ve Got a Feeling, One After 909 y Dig a Pony.
Lo importante de este concierto no fue solo el formato, la improvisación o la sensación de estar haciendo historia; también el extraño ambiente que se palpaba: semanas antes la banda se había instalado en una dinámica de hostilidad, reproches y mal rollo. Aquí la figura de Billy Preston fue clave. Harto de la mala onda, George Harrison lo invitó a tocar después de verlo hacer virguerías con el órgano en un concierto de Ray Charles.
Curiosos, vecinos, trabajadores de la compañía y personal de otros edificios cercanos no pudieron evitar fijar su mirada en aquella terraza. Estaban asistiendo a una sesión inolvidable que el director Michael Lindsay-Hogg recogería en la película documental Let it be (1970).
42 minutos después del primer acorde de Get Back, el experimento llegó a su fin. La fiesta se acabó cuando alguien llamó a la policía. Al ser un concierto improvisado, carecían de cualquier permiso. Además, hubo gente a la que le molestó la música y el barullo que estaban formando esos cinco tíos (+ Preston) allí arriba. Aunque fueran los mismísimos Beatles.
La banda intentó seducir a los directivos de su discográfica con otras ideas. Llegaron a proponer tocar en un hospital rodeados de niños enfermos, en un barco lleno de fans, en un anfiteatro romano o con las pirámides de Egipto como telón de fondo. Ninguna de ellas prosperó y aquella terraza se convirtió en el escenario perfecto para despedirse del mundo a lo grande.
The Beatles se separaron solo 15 meses después de aquel emblemático concierto en la azotea, pero nuestra admiración por ellos y por la música y el arte que crearon no terminará por mucho tiempo que pase.