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El retraso en la entrega de resultados de la elección interna del Partido Socialista representa un severo daño para la imagen de dicha colectividad, más allá de las razones que puedan estar detrás de esa demora.
Si alguien pensó que este proceso electoral iba a culminar con un fortalecimiento del papel articulador de este partido, que tiene la mayor representación parlamentaria en la oposición, se equivocó profundamente. Terminaron predominando el recelo y la inquina entre los distintos sectores partidarios.
La desconfianza generada surge de una pregunta simple: ¿cómo se explica que en elecciones nacionales, con centenares de miles o millones de votos, los resultados se conozcan durante la misma jornada, mientras que en este caso, con no más de veinte mil votantes, haya una demora de más de cuatro días?
Puede ser simple inoperancia, pero a la luz del desprestigio generalizado que sufren las organizaciones políticas y las principales instituciones del país, se abren paso las más variadas suposiciones. Y no ha sido la única colectividad política en que algo similar ha sucedido en fecha reciente.
Preocupante no sólo para el Partido Socialista y la oposición, sino para el conjunto de la estructura político-partidaria de Chile. El recelo ante las fuerzas políticas establecidas y estructuradas y la apuesta por liderazgos alternativos o contrapuestos a ellas pueden llevar a los países a consecuencias insospechadas, como lo demuestra la historia en forma reiterada.