En estos días hemos soportado noticias relacionadas con la violencia sexual a mujeres, lo que es una problemática urgente y compleja. En el caso de las mujeres con discapacidad intelectual este hecho adquiere dimensiones muy alarmantes, dado que sus vulnerabilidades y la falta de educación sexual adecuada en la familia y en las instituciones educativas o sociales, las expone a mayores riesgos.
La respuesta a esta situación, desde una perspectiva educativa, debe enfocarse en el fortalecimiento de una educación sexual inclusiva, adaptada y accesible, que habilite y empodere a estas mujeres con herramientas que les permitan reconocer y defender sus derechos.
Para las mujeres con discapacidad intelectual, la educación sexual no sólo debe abordar conocimientos básicos del cuerpo y las relaciones, sino también promover habilidades para la toma de decisiones, establecimiento de límites y reconocer conductas inapropiadas y de riesgo. Frecuentemente, se las percibe como dependientes eternas o infantilizadas, lo cual resulta una falta de oportunidades para desarrollar habilidades de autonomía y autoafirmación, necesarias para enfrentar y denunciar situaciones de abuso.
En consecuencia, la educación sexual inclusiva debería ser un componente indispensable en los programas de formación y en los entornos educativos que trabajan con personas con discapacidad intelectual. Es fundamental que los docentes, cuidadores y familias comprendan el valor de una sexualidad informada y saludable, para que las mujeres con discapacidad intelectual puedan construir una percepción de sí mismas como sujetas de derechos, libres de opresión y con acceso al respeto de su integridad.
Por último, es responsabilidad de las políticas publicas y de las instituciones educativas aportar una postura clara y de apoyo hacia la implementación de programas de educación sexual adaptada y comprensible para estas mujeres, lo que no puede depender de voluntades, sino de la preparación y capacitación constante de la sociedad y un cambio en el paradigma que a veces, omite las necesidades afectivas y sexuales de las personas con discapacidad intelectual.
Empoderar a estas mujeres en su sexualidad, autonomía y defensa personal contribuirá a reducir las tasas de abuso y violencia, promoviendo una sociedad más equitativa e inclusiva.
Por: Cristina Orozco Canelo, Educación diferencial y académico, U. Central